Lo conocí hace más de treinta años, trabajando. Para lo que yo ya sabía de productores en el circo, y sólo de aspecto, era un violinista, un poeta, un escritor existencialista. Fumaba, bebía y templaba villanos en las alturas para que a los "creadores" no nos faltara un taxi, un hotel, un folio limpio. Puede que estuviéramos así unos meses, él de pistolero bueno de despacho y nosotros de turistas en Dodge City, cuando una tarde falló la postal de un rebaño de vacas en plató y hubo que pedir más moqueta al rancho de Fuencarral. Esto pasaba en el extrarradio, como siempre pasaban en el extrarradio esas cosas por entonces... La actividad en el lejano oeste se había parado por completo por culpa de la postal de las vacas, las chicas del cancán se retocaban el carmín sobre los burros con ruedas, ni los rastrojos rodaban en el polvo de la calle, y nos fuimos a refrescar el gaznate a la cantina... Pero allí estaba él, fumando a las puertas del descampado, esperando a La Moqueta de Fuencarral, que tenía que llegar en una diligencia urgente como si llevara un trasplante o algo peor a Fort Apache... Rioja alavesa, pianista de jazz (pianista de violín, qué más da), aventurero, cinéfilo, melena blanca George Moustaki, también de negro esa tarde, fumando ceñudo, los ojos en el horizonte... Y le dijimos que se viniera a tomar algo con nosotros al saloon, que esperar así a La Moqueta de Fuencarral era como esperar un capítulo de "El Hombre y la Tierra"... Desde entonces nos hicimos amigos. Estábamos en el bando correcto. Mover ganado. Cruzar ríos. Atravesar desiertos. Encontrar buenos pagadores en el infierno. Que no faltara nunca un folio limpio... Con el tiempo pude explicarme que él mismo hubiera recorrido América con un boli y las gafas de un equipo suicida de televisión para hacer un programa carísimo barato que no viera nadie, uno espantosamente cultural... Con el tiempo y mil conversaciones en bambalinas, en terrazas, en vestíbulos de hotel, en bares, en carromatos con las flechas de los indios todavía en sus maderas, entendí la calma con la que negociaba con traficantes de armas, con charlatanes de crecepelo prime time, las goteras de agua de fuego con las que había que trabajar a altas horas de la noche si querías que al día siguiente los revólveres estuvieran secos, la paciencia con la que hipnotizaba a los energúmenos, la literatura con la que seducía a los granjeros, los planos poéticos con que te realizaba una secuencia caótica y era que nos habíamos quedado sin cinta, pero seguíamos grabando... Con el tiempo y mil sillas de montar distintas pude comprender lo que era tener el culo pelado en los tiroteos y en el Mar de los Sargazos, por Madrid, por Sevilla, por pueblos fantasma de Andalucía pegados a las Montañas Rocosas, en la ruta de las caravanas hacia el Edén. Muchos recuerdos y mucho dolor, ahora que se ha ido... Una noche, sobre una loma, a media hora de un directo en exteriores (éramos unos intrépidos), con la tormenta más trágica y sobreactuada a punto de descargar sobre nosotros (la pesadilla de cualquier equipo de producción), y un viento de efectos preliminares que hacía volar las mesas y las sillas forradas de blanco abajo, donde la gala iba a explotar en mil pedazos sobre el césped de un momento a otro, con Tomás Summers a un lado y Germán al otro, en aquella loma, digo, la idea de que tantos meses de trabajo se iban a tomar por saco en unos minutos, la tentación de suspender, esa adrenalina de morir allí con la caravana, tres perros viejos a punto de vender caro el pellejo, sin un ladrido, fuera de plano, cuando hasta los ayudantes de dirección y producción corrían de un lado a otro con el pelo ardiendo y los grumetes del hotel que nos patrocinaba cerraban escotillas aterrados... También, juntos, la risa deportiva de imaginar volando por los aires a los políticos y a los invitados de postín que acudían a ese show de televisión sólo por salir en pantalla a toda costa, de figurantes aéreos en un general del apocalipsis o en su sobaco... Pero no pasó. Justo al borde del desastre, la tormenta se estrelló en la silueta de las Montañas Rocosas, a unos cientos de metros, el viento amainó en brisa aceptable hasta el final del espectáculo, las azafatas pudieron recomponer sus peinados, los chistes y las canciones fluyeron en el escenario sin demasiados remolinos, como no fueran verbales y sólo por parte de los presentadores, que se tocaban la ropa, a salvo, sin creerse todavía que habían salvado el tipo por los pelos... Aquella gala fue un éxito, el primero de los que vendrían ese verano... Más tarde, con todo apagado, histeria incluida, celebramos haber salido indemnes de aquel despropósito con vino y whisky hasta la madrugada, indios y vaqueros más borrachos que nosotros, los presentadores despendolados, y el cielo luciendo estrellado y precioso en la noche para un posado de revista como si nunca se hubiera vuelto loco allí arriba, con su mánager pidiendo las sales y todo el atrezzo divino hecho jirones, y no se vio, todo perfecto por aquí, sin novedad en el frente, señor, mañana vamos con la segunda... Ése es ahora uno de los recuerdos que me viene al corazón... Esa pena alegre... Preguntar si comprábamos leña en Torremolinos en aquella fiesta, por si a un mandamás le daba por renovar la temporada... Unos espárragos de Tudela, mano a mano en aquel chalet, como si viniera Dios a vernos, aquella sopa de arroz... El chiringuito con jazz y conejos en el que reinó unos meses desde su silla de plástico en una playa de Costa de Marfil, el gran padre blanco haciendo su magia blanca... La diligencia verde camino de Almería con Louis Prima a todo trapo ajenos a la realidad, la poca broma de los guardias civiles apuntándonos con fusiles absolutamente realistas... Los platos de jamón que le hacía llegar a Chiquito y que Chiquito volvía a regalar feliz a cualquiera con que se cruzara en el pasillo, sin conocer a nadie... El primer teléfono móvil que se perdió en un taxi en España, aquella millonada, y el taxista con un ataque de nervios que entregó inmediatamente aquel armatoste a la policía... Las noches en el Central explicándome como un oftalmólogo el cartel de la actuación... El giro a la izquierda que había que hacer en Sevilla cuando salía del hotel buscando periódicos y molletes, y perdiéndome todo el Barrio de Santa Cruz, aquel jardín en el Callejón del Agua con rioja... Los primeros cigarrillos después del Ave, siempre con él... Las tardes de polígono, los conductores perdidos, los libros, las películas, los amigos, los sueños... Ese tipo de paisajes de la memoria que se me empañan ahora sin consuelo... En Madrid conocí a su hijo... Luego hablé con su hermana en La Bastida... Le escribí tonterías de ánimo que él leyó... Contestó pocas, con humor también... Pero me contaban que ya estaba en su mundo... Fumando ceñudo... Mirando el horizonte... Desde Madrid, y tras dos años sin verlo después de nuestras aventuras por las Rocosas de Andalucía, sé que a Germán le hubiera gustado morir ayer en accidente de helicóptero sobre el Chimborazo, como así ha sido. Por el cariño que me tuviste. Por la amistad que te tengo. Descansa en paz, Germán.