miércoles, 5 de febrero de 2014

POMPITAS DE ESPERANZA


El último jovenzuelo que se arrimó a la política sin quedarse en gaseosa evaporada fue Napoleón Bonaparte, y antes Alejandro Magno (orgullo gay). Los demás no tardaron en disolverse en el entorno. Con un balazo en el refresco como en el caso de Kennedy, goteando pederastia por las alcantarillas como Dany el Rojo, rellenando bañeras de torturadores como Barak Obama, o poniendo el culo en un posavasos de junta directiva como Felipe González. Para mí, la juventud y la política carecen de romanticismo, si no van encima de un caballo (no hablo del señorito Arenas en la Feria de Abril) o si no se yerguen sobre una barricada suicida contra la injusticia de los poderosos. Romanticismo, valor y al grano. Cualquier otra disposición hormonal hacia la política antes de los cuarenta años, incluida la militancia gregaria en alguna barricada del Corte Inglés (Nuevas Generaciones, Juventudes Socialistas, etc.), sólo denota una ambición y un ego como la campana de la Bolsa de Wall Street. Ahí tenemos a los suaves, preparados, humildes y solidarios cachorros de presidentes megademocráticos de lo que sea. Desde Borja Semper a Pablo Iglesias (Turrión), por cubrir todo el arco de salvadores blanditos de la crisis. Esa ideología humanísima que ambos demuestran, por ejemplo, es la primera página de un libro de autoayuda para adolescentes con acné democrático. Esa elocuencia y esa preparación que manifiestan en los debates, como dos educados boyscouts en un taller de aire libre, son los prolegómenos de la retórica y de la astucia que vendrán, a poco que los imaginemos gordos y multimillonarios defendiendo a las eléctricas contra las renovables en alguna tribuna. Y esa vehemencia de ahora en el discurso contra los malos, casualmente unos enfrente de los otros, y coincidentes, es la temperatura por la que venderán su sumisión y su silencio cuando se lo quieran llevar calentito. Esa es mi fe en los jóvenes que se arriman a la política sin caballo y sin asomar la cabeza en una barricada de las de verdad. Ninguna. Prefiero un adulto desengañado. Prefiero un jubilado neurótico y rebelde. Prefiero una expresidiaria drogadicta, lesbiana y agresiva contra Emilio Botín que a Pablo Iglesias (Turrión), que se ha tenido que estudiar el Manual de Estilo del Santander para poder decir "Buenas noches" en la Sexta, tener a Marhuenda enfrente, y pedir por favor que le respeten el turno de palabra ahora que iba a decir una cosa muy importante sobre lo feo que está enriquecerse a costa del dolor ajeno, que tengo datos. A eso me refiero y no sé si me explico. ¿Tener a Marhuenda enfrente y no darle un tarrazo? Pues tampoco. O sí. Lo que me pone de los nervios es que el sistema puede absorberlo todo y ahí están ellos atiborrándolo de anticuerpos, encima. Lo que hace que se me lleven los demonios es escuchar a Pablo Iglesias (Turrión) en el corazón del monstruo hablando de lo hermosa que es la princesa arrestada en la almena. Precisamente las endorfinas con las que se drogan los banqueros, los curas y los políticos corruptos. ¿Que es guapa? Pues claro. Por eso la hemos secuestrado. Para tirárnosla cuando nos dé la gana. Y él, Pablo Iglesias (Turrión), extasiado de llevar razón. Dialécticamente impecable. Operativamente inane. Básicamente de fogueo. ¿Mejor él que nadie? No lo sé. ¿No es de los nuestros? Parece que sí, pero pasará el tiempo y engordará, como digo. Y el caballo sobre el que dice que va a subirse se llama Elecciones Europeas. Aplausos entre todos los moribundos de la barricada... Y se eleva una pompita de esperanza (perfumado jabón de izquierdas) sobre el destino de los pobres de la Tierra... Y ya está. Tenía que escribir esto. Porque no veo ninguna salida que esté en los manuales de historia. Porque el capitalismo se ha comido todas las revoluciones al uso. Porque Napoleón era un energúmeno. Porque a lo mejor Pablo Iglesias (Turrión) ni siquiera engorda físicamente. Y porque lo que no me va a levantar de esta postración narcótico-catastrofista son los fuegos de campamento del Partido X. Ni, por supuesto, ningún laxante llamado "Podemos". Aunque me esté votando encima.