sábado, 4 de abril de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (22º DÍA DE CUARENTENA)


Prorrogan la cuarentena otros quince días más. Al protagonista de "El Proceso" le daban mas esperanzas, aunque imagino que a Kafka esta decisión del gobierno le habría parecido una vuelta más en los coches de choque. Un cascabelillo, el checo.

Un día ideal para el hedonismo, el sábado. Lástima que sea de Dolores. Como el siete de Julio en los San Fermines, el Sábado de Dolores debería ser la Fiesta Grande de los anestesistas. Buena especialidad médica, aunque la que está destacando por su labor en esta pandemia parece que son los "intensivistas". Yo tengo algunos amigos así, intensivistas, sobre todo a partir de alguna copa de más.

Quince días más en la cara oculta de la luna, pero por fin menos muertos en las cifras después de siete días macabros. ¿Nadie se lo dijo a Aute? La noticia me ha llegado por wasap esta mañana. Esas cosas no se cuentan por wasap, joder... Pobre tío. Cuando salió del último estacazo hospitalario su familia contó que había quedado muy tocado físicamente, pero que parecía feliz. Sonriente, ajeno y feliz. Espero que no se haya dado cuenta del... tránsito. O si lo ha hecho, que haya sido indoloro, instantáneo... Cómo me acuerdo de la entrevista que le hicimos en su casa hace cuatro años para el documental de Manolo Tena... Amable, divertido, lúcido, educadísimo, siempre con su cigarrillo cerca, sentado en un taburete en su estudio de pintor... Me fascinó. Normal que me dejara olvidada mi libreta de apuntes... Quedó todo grabado, claro, pero mi libreta prefirió pasar la noche en esa habitación mágica llena de pinturas, pinceles, bocetos, bastidores, esculturas y cuadros sin terminar... Fui a recuperarla a la mañana siguiente a su caserón en Madrid, por Fuente del Berro. Ya le habían avisado de la productora y salió a dármela con una sonrisa apurada en la puerta. Por ese tiempo yo gastaba una libreta negra y gorda como ella sola, sucia, estropeada, llena de pintarrajos y dibujos por todas partes... Sé que no la había abierto para curiosear y sé que tenía la sonrisa apurada por si yo pensaba que lo había hecho... Si me hubiera importado, habría sido por vergüenza, no por otra cosa... En el montaje del documental, Aute apenas si sale unos segundos, pero el equipo y yo fuimos felices durante las tres o cuatro horas de grabación escuchándole hablar de música, de arte y de poesía sin darse la menor importancia, con una sabiduría suave de catedrático en mangas de camisa. Por supuesto que podíamos fumar allí dentro. Faltaría más, nos dijo. Pero sólo fumé yo, cómplice, feliz como digo, y creo que también fumó mi libreta, ella con sus propios planes.

El tarado de Salvini quiere volver a abrir las iglesias en Italia esta Semana Santa y lo ha dicho públicamente. ¿Eso no viene a ser como la preparación de un atentado? ¿Un atentado terrorista en grado de tentativa? La policía debería intervenir. No veo diferencia entre lo de Salvini y lo de pillar a un tipo en su casa ajustando los fulminantes al detonador de un artefacto casero: los dos quieren matar a un montón de gente. La excusa que tenga cada uno me la trae al pairo. Cárcel para los dos.

Fieles aplausos en los balcones a las ocho. Creo que con el tiempo vamos a echar de menos el grito de "¡Vamos!" del vecino de enfrente, a la izquierda, arriba en el balcón final de su bloque. ¿En serio? Sí, lo echaré de menos. Ese tío grita "vamos" de verdad. Cuando pase esto, si me lo encuentro en la calle, puede que él no me reconozca, pero yo a él sí. Y estaré tentado de darle un abrazo también de verdad.

Lo más probable es que yo supere la tentación y que él se sonroje si algún otro vecino le recuerda el mítico "vamos" desde su casa, el que esperamos todas las tardes: "Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas", el único refrán que han inventado los norteamericanos, esos pobres capullos que a estas horas están cayendo como chinches y que han declarado como actividad esencial, ESENCIAL, que las armerías sigan abiertas durante el confinamiento.

Como las farmacias.

"Lo comido por lo servido", un refrán español.

TRAS UN AÑO DE SILENCIO, DOS CRÍTICAS RECIENTES A "HOLA, MELÓN"


LOS DIABLOS AZULES

El paraíso en Lavapiés

  • En tiempos inquietantes resulta bien oportuno meterse en una fábula inventiva que trae algo de fiesta y de esperanza, como Hola, Melón
  • No sigue Cristóbal Ruiz un realismo fotográfico sino que su transcripción de la realidad tiene trazos deformantes, algo quevedescos, algo valleinclanianos

Publicada el 03/04/2020 a las 06:00Actualizada el 02/04/2020 a las 19:05
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Tercer viernes de confinamiento por la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. Para que no flaqueen las fuerzas, los colaboradores de Los diablos azules vuelven a proponer 

Tercer viernes de confinamiento por la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. Para que no flaqueen las fuerzas, los colaboradores de Los diablos azules vuelven a proponer lecturas que sirvan de compañía durante la cuarentena. Aquí puedes leer todas las recomendaciones de este número y aquí, los contenidos de números anteriores. 
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Llevaba tiempo pensando en comentar una de las novelas más frescas y creativas entre mis lecturas del año pasado, Hola, Melón (El grifo del Rompeolas), del malagueño afincado en Madrid Cristóbal Ruiz. Estos días graves y raros que vivimos me impulsan a cumplir el retardado propósito porque en tiempos inquietantes resulta bien oportuno meterse en una fábula inventiva que trae algo de fiesta y de esperanza y elude el dramatismo dostoiveskiano y la trompetería apocalíptica.
No distorsionaría mucho la trama argumental de Hola, Melón (editorial EDA) si definiera su historia como un relato galdosiano aderezado con imaginería de Macondo y trazas de fanta ficción. O, si se quiere, emplazable entre El Señor de los Anillos y La verbena de la Paloma, como dice la cubierta. Cristóbal Ruiz enfoca el objetivo de su cámara en el barrio de Lavapiés. La cámara saltea con ritmo narrativo rápido instantáneas de la diversidad social de ese escenario madrileño: amplio censo de oficios menestrales, representantes de su paradigmática condición multicultural y multirracial, parados, okupas, yonquis, emigrantes de diversos países, grupos mafiosos, traficantes de drogas, niños pijos, policía que patrulla desde el aire con un espectral helicóptero… La película colectiva recoge también datos testimoniales: la corrupción política, la especulación, diversas instituciones, la actividad comercial, los medios de comunicación locales (un periódico ácrata y una emisora de radio subversiva a bordo de un coche)…
Todo ello se emplaza en un escenario de minutísima exactitud costumbrista, con detalles ciertos en los nombres abundantes del callejero real y de comercios reales. El efecto inevitable es un puzle urbano por donde discurren vidas azacanadas, menesterosas o abandonadas que llevan consigo temores, precariedades, rebeldía e ilusiones. Pero no es una historia inconexa de estampas sueltas sino que el autor las organiza en torno a unos pocos ejes vertebradores. Uno es un niño huérfano de terrible infancia ("mis padres me abandonaron en un contenedor de basura nada más nacer") y abrupto despertar a la vida ("El primer regalo de Reyes que pedí fue un gintónic"), apodado Melón, que mantiene una emocionante relación epistolar con un soldado español destinado en los Balcanes. Otro es la anunciada manifestación de protesta por la muerte del portero de una discoteca, emigrante cubano. Y uno tercero, tan importante que ocupa la ilustración de la cubierta del libro, el grifo del Rompeolas mencionado en el subtítulo. Se trata de un bar que sirve de lugar de encuentro a los personajes (con una función parecida a la del café de doña Rosa en La colmena de Cela) y en cuyo mostrador se alza como un icono el águila del grifo de cerveza de un metro largo de alto.
Hola, Melón contiene un retrato dinámico de Lavapiés. Las vidas de sus habitantes se entrecruzan. Los personajes arrastran las inquietudes y problemas del vivir cotidiano. Sus acciones tienen un cariz fuertemente individual. Pero, a la vez, sirven de soporte a un retrato colectivo de carácter testimonial. Las penalidades del conjunto social alcanzan una gran fuerza. La novela en su conjunto tiene casi el aspecto de un reportaje periodístico de actualidad. Ahí están los resultados de la crisis financiera de 2008 en forma de privaciones materiales, en un precariado angustiante o en el problema de la vivienda. También queda constancia de otros rasgos sociales que afectan a la ética, como la discriminación racial o el menosprecio de los indigentes. Algún dato apunta con tono de denuncia a la ideología: las amenazas de la derecha municipal de suspender el periódico local por sus informaciones críticas.
Pero no sigue Cristóbal Ruiz un realismo fotográfico sino que su transcripción de la realidad tiene trazos deformantes, algo quevedescos, algo valleinclanianos y un tanto salidos del sueño y la duermevela. Y, sobre todo, toda la rica materia humana y anecdótica está filtrada por el humor. Algunos personajes resultan a propósito un tanto estrambóticos. Y algunas situaciones, cercanas al esperpento. Lavapiés se refleja en los espejos del Callejón del Gato. Las hipérboles toman el relevo a los hechos comunes. La historia novelesca global constituye una juguetona distorsión hiperbólica de la realidad corriente.
Todo ello le da a Hola, Melón una impronta creativa muy fuerte. El autor apuesta a fondo por el juego de la invención, pero no solo en el anecdotario. También lo hace en el lenguaje, de una extraordinaria riqueza coloquial y de una sintaxis sin rigideces académicas para buscar un máximo de expresividad que revelan infrecuentes cualidades de auténtico creador verbal.
En la nota preliminar de la novela Cristóbal Ruiz califica Lavapiés de "poderoso barrio embrujado". Existe sin duda una identificación vital, emocional, entre el autor y el escenario de su enloquecida y simpática obra. Ello resulta, a la postre, definitivo para calibrar su sentido. Se encuentran en Lavapiés violencias, dolores y miserias. Remite la novela, en alguna medida, al Madrid de La lucha por la vida. Pero al contrario que en el fresco barojiano, en Hola, Melón también hay alegría y toda su historia está impregnada de un radical vitalismo. No es Lavapiés una plaza fuerte de la dolorosa miseria contemporánea. Se nos muestra, en realidad, con la imagen poderosa de un reducto de libertad. Algo cercano al paraíso. Este canto a la libertad no supone evasión. Al revés, implica contribuir con un talante libertario a la protesta contra el mundo gris, opresivo y desigual que ha generado la sociedad actual.
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Santos Sanz Villanueva es crítico literario y catedrático de Literatura española de la Universidad Complutense de Madrid.




Cristóbal Ruiz. EDA, Benalmádena, 2019.
Hola, Melón (El grifo del Rompeolas)
Por Albert Torés


A estas alturas sería un caso preocupante aunque no tan raro, si la crítica no hubiese reparado todavía en la singular escritura de Cristóbal Ruiz. Indiscutible renovador de un estilo surrealista y pícaro absolutamente necesario en nuestro panorama literario nos entrega una novela plena de aciertos y que cumple con la función básica de la narrativa. Una novela sabiamente dislocada que bebe de nuestra tradición novelística más castiza. De personajes excepcionales, originales y mordaces que retratan las miserias y grandezas de la naturaleza humana con la presencia recurrente del barrio de Lavapiés. Un crisol emocional repleto de polifonías recurrentes.

EL LINDO PIAR DEL SER HUMANO CONFINADO EN SU JAULA DE ORO


¿De verdad que no escucháis su agradable canto horrísono? Yo sí.
Otro día hago el gif con el logo de Wasap, que tanto monta...