lunes, 28 de julio de 2014

LAVAPIÉS FOR EVER


Lavapiés no tiene los límites muy claros, como un niño con problemas o la tortuga del chiste que adoptó una pareja de gorriones. No sabes exactamente cuándo estás abandonando el barrio, si por las lomas de Santa Isabel o las riberas de la calle Toledo, pero te das perfecta cuenta de su "marca" cuando te internas en él y casi ni hablamos de calles, sino de gente. Presencias. Estares. Sensación carácter. Una niebla de ser ciudad completamente distinta, más allá de lo castizo. Como si Arniches se hubiera comido a Stephen King y comenzara a darte un miedo ¿gracioso? O una preocupación cultural. O una inquietud urbana. O un temblor cósmico. O una atracción fatal... De meteorito melodías a atmósfera hostil... Recuerdo mis primeras andanzas por el barrio en los ochenta, antes de que el viento de la heroína se llevara a todos los yonkis por delante (quedan algunos reventados como descapotables viejos en la Glorieta de Embajadores), y era bajar Mesón de Paredes a las doce de la noche como en la boda de un infante de marina, su túnel de sables, gracias... O cuando pararte a darle un cigarro a un moro en chándal era un suicidio tan manifiesto que hasta el moro se asustaba y no había más consecuencias que tú con un cigarro menos calle abajo y alguna copla de Los Enemigos en la cabeza para celebrar la hazaña... Ahora que el barrio está pintón y lamentable a partes iguales (Chester Himes decía en algún libro: "Esta ciudad ha empeorado. Antes era una mierda"), ahora que nos vienen a ver los nuevos bohemios con chequera de compradores y un cuadro o una novela o un disco en mente (hasta que las cervezas de la calle Argumosa les disuelve el proyecto en espuma), ahora que hasta tenemos Erasmus y Erasmas como bandadas de estorninos piando guiri de tapeo en tapeo, el "puntito Lavapiés" ha cambiado en algo, pero sigue siendo un barrio peculiar. El Hombre Lobo con una minusvalía del 45% y sacándose la ESO por las noches, pero todavía auténtico y comiéndose las balas de plata del ayuntamiento en menestra de verduras con salsa bangli. Sirva este preámbulo para la escena de "color local" que vivimos en el mercado de San Fernando ayer domingo, al mediodía. Un mercado rehabilitado por dentro como si vacías una vespa como una nécora y a los tornillos le echas vino blanco. Sigue habiendo puestos de encurtidos, pero junto a una librería (venden los libros al peso, de chulos que son), y bares, y más bares, y bodegas, y productos extremeños, y japoneses, y pizzas, y churros, y body's para bebés: "Anarquía en la Guardería". Y una zona central, un ágora inverosímil, donde me encontré a toda esta gente bailando alegremente a esas horas que digo con el buen rollo que no pude dejar pasar sin tirar de cámara como cualquier turista de los que se quedan flipados con este bendito barrio de mierda que es Lavapiés, porque es para quererlo desde que se levanta hasta que se acuesta.