lunes, 2 de febrero de 2015

ÍÑIGO ERREJÓN CONTRA EL ESPERPENTO NACIONAL


Día tras día, Íñigo Errejón se está convirtiendo en mi ídolo indiscutible. Mi vietnamita de Madrid. Con ese punto de lucidez y modales propio de los números uno que salen bajitos, es capaz de discutir con frases no oídas y argumentos no sobados frente a viejos payasos y putas acabadas. En cuanto le dejan hablar, eso sí. Iñigo sobrevuela el panorama, lo analiza, lo convierte en problema simple y plantea su solución cósmica en términos de buenos y malos. Como debe ser. Tiene la belicosidad infantil en pleno apogeo y el carisma de un cerebrín norteamericano de esos que salen en las portadas de las revistas de informática o en las páginas porno de los boletines de Wall Street.  Y me convence más que Pablo Iglesias o Monedero, que tienen la cara más hecha al disimulo y la interpretación. Los otros que también me gustan mucho son Luis Alegre (pero es demasiado sensible a las canalladas -un defecto entre canallas-), y Pablo Echenique (pero es demasiado sarcástico y creo que vive en su propio mundo -la solidaridad le viene de natural pero no le veo yo indentificándose-). Así que Íñigo. Brillante, elocuente y con las ganas de hacer el bien de un superhéroe de estreno. Una nueva talla de político para los nuevos tiempos. Y que le he visto aguantándose la risa ante las burradas que decían los repetidores de la clase y me parece lo más fresco y personita que ha aparecido por este bendito país de mierda desde que Valle Inclán publicara Luces de Bohemia. Cráneo privilegiado.

Va su "speed painting":