jueves, 21 de julio de 2011

LA ACTITUD AZUL CLARITO DE ENDOSA Y EL LABERINTO

Por partes. Las empresas que proporcionan el agua, el gas, la electricidad y el teléfono son mazacotes fascistoides cuando no bandas organizadas para amenazar a sus víctimas con un único mensaje que pactan previamente. Sólo hay que ver cualquiera de sus anuncios en la tele para olerles el tufo nazi, mesiánico: con este pianito te llevo al acantilado sin que te enteres, gilipollas. Ningún periódico se extiende demasiado en sus rapiñas desoladoras por América del Sur o África, no sea que las pierda como clientes. Las grandes empresas constructoras igual. Entes con enormes vallas publicitarias a los que uno imagina dueños de un bloque de hormigón del tamaño de Saturno del que van sacando presas y adosados a pellizquitos, sin costarles un euro, y con unos presidentes mafia pura que se desayunan un alcalde y meriendan un juez todos los días. Sector bancario: el plasma donde nadan espasmódicamente los peores virus del mármol. Bichos asesinos con sus siglas y sus coloritos aterradores y sus placas al microscopio ocupando las mejores esquinas de cada ciudad. A su forma de hacernos la guerra química impunemente y con el apoyo de la policía ellos lo llaman "beneficios". Sector gubernamental: ladrones de cuello duro que han de robar todo lo que puedan en cuatro años antes de que los echen, cuando no directamente enfermos de lo ajeno (que es lo mío, lo tuyo) y que sufren ataques convulsivos de posesión y mando a la que les pones un micrófono o les sientas en un sillón con respaldo delante de un trapo y detrás de una mesa con interfono: esa plaza es mía, esa comarca es mía, ese problema de desempleo lo empeoro yo en un pispás. Así pues, visto el panorama de lo público, la sopa de alimañas que hay que tragarse para vivir en comunidad, ¿a quién puede extrañarle la actitud de esa peña que arría velas, le pega un martillazo al móvil y se larga al campo? ¿Y esos otros que antes se tiraban delante de un camión y ahora se arrojan al paso de una lechera de los antidisturbios? ¿Qué haces cuando los perros que decía antes no paran de empujarte con sus listas de morosos, sus hipotecas, sus denuncias, sus embargos y sus desahucios hacia la cara B de la vida? ¿Sólo por no tener dinero? ¿Sólo por vivir en sociedad? Entre la revolución y la rendición hay una tierra de nadie tristísima, un limbo de inacción y melancolía donde ves hombres y mujeres con aspecto de muñecos sin pilas. En la calle Doctor Cortezo hay uno de esos nódulos de pena. La polaroid de una metáfora. Clavada. El comedor del Ave María. El comedero social del Ave María. Una cola callada de lo que fueron personas y a las que imagino con una nube de bruma gris en lugar de cerebro, un corazón aplazado, un futuro alejándose de ellos hacia atrás, hacia lo que vivieron con dignidad alguna vez. Están ahí mientras no están en otro lado, pero porque les dan de comer y, si hay suerte, los zapatos de otro, probablemente muerto. Están ahí porque la revolución o es de todos o es un suicidio. Están ahí porque la rendición o es de uno irreconocible (el "yo" humillado que son ahora) o es la muerte definitiva del que fue. Un comedor esfinge que rige la iglesia. Un comedero verdugo que llevan unas estrictas monjas habitualmente enfadadas. Esa mierda con un gran defecto: que es poca y no hay para todos. Encima. Hace años vi con mis propios ojos cómo el odioso exalcalde Álvarez del Manzano se llevaba un sobre con dinero de manos de la Monja Más Gorda. ¿Y toda esta parrafada para llegar a esto? Efectivamente, a la podredumbre generalizada y a la "intemperie fundamental" que decía Posse. Y también al "abandonad toda esperanza". Lo que no sea amor, risas, amistad y alegría, no debería estár contemplado en la vida de nadie. Preocuparse porque el mal existe y está ahí es una puta pérdida de tiempo. ¿No comer y que se joda el sargento? Lo contrario, bailando e ignorando al menda hasta que el sargento reviente de... ninguneidad. Arriba, el repudiado plato triste de macarrones de una niña (sobre foto de su tito Juan Pairó) que todavía no sabe lo que le espera en este bendito país de mierda, ni con el teléfono, ni con la luz, ni con el gas, ni con el alquiler ni con la actitud azul de Endesa ni con sus representantes democráticos futuritos. ¿El nombre de la niña? Ariadna. Lo juro.