sábado, 15 de diciembre de 2012

LOS ENTRAÑABLES BUITRES CON BATA BLANCA


Desde los médicos cortesanos de Quevedo o los médicos peseteros de Balzac, pasando incluso por los médicos albañiles de las modernas clínicas de cirugía estética, los médicos y cirujanos deportivos de las estrellas del esguince o los curanderos americanos de folclóricas, la relación entre la medicina y el dinero siempre ha sido constante y fluida. También damos por hecho que esa medicina es, de por sí, privada y privativa por su misma relación con la pasta. Por más juramento Hipocrático con el que trate de disimularse la relación, el enfermo rico chasca los dedos y viene el médico, mientras que el enfermo pobre chasca los dedos y viene el cura. Así ha sido más o menos la cosa durante cientos de años hasta que a alguien se le ocurrió que era una injusticia de lo más injusta que entre la vida y la muerte de un hombre se interpusiera el dinero que tuviera o no para curarse de su enfermedad. Nunca importó que eso mismo sucediera en desastres tan igualmente mortales como las guerras por dinero, las hambrunas por dinero o el trabajo de esclavos por una mierda de dinero. Pero con las cosas de la salud, oye... Un miramiento. Se echaron cuentas y podía hacerse. Si todos, ricos y pobres, consentían en ello, los gobiernos más responsables dedicarían parte de esos impuestos a la contratación de médicos y en la construcción de hospitales en los que podrían ser atentidos todos los ciudadanos sin que nadie les preguntara por su fortuna o investigara el coste que supondría su curación. En lineas generales, a eso se le podía llamar ya Sanidad Pública. La nivelación por arriba más revolucionaria desde la Declaración de los Derechos Humanos. Para todo el mundo, sin distinción de raza, sexo, fortuna o tipo de enfermedad, los mejores hospitales que un estado podía permitirse y los mejores médicos que superaran las pruebas de acceso, los de la vocación y la voluntad de servicio, no los de la pasta. Una revolución sanitaria, con el sistema español por buque insignia, con un único defecto. ¿Su coste? No. Es perfectamente asumible desde una política fiscal rigurosa. ¿Su masificación? Tampoco. La red de hospitales centrales, ambulatorios y centros de salud comarcales es un portento de organización y eficacia. ¿Su precariedad? Ni mucho menos. Los médicos de la Sanidad Pública española tienen el mayor prestigio entre los mejores profesionales del mundo. Y los avances en investigación de la medicina nacional también son un espejo donde se miran con envidia los mejores hospitales del extranjero. ¿Entonces cuál es el defecto de marras? Que los médicos del juramento hipocrático a la mierda, los que decía antes, los del taxímetro en diga 33 en fila india, han dejado de ganar un dineral. Se les acabó el chollo de las sanguijuelas. Y han pasado al ataque. Con mentiras, con calumnias, con manipulaciones... Y con sobornos. Y con políticos comprados. Una banda de codiciosos, inmorales y desalmados politicos indecentes ávidos por el dinero del lobby de los médicos multimillonarios. Ayer me topé con uno de esos médicos broker (The Doctor Broker) que tiene en su cabeza todo el plan para la suplantación y la extinción de la competencia pública. Un médico gerente. Médico y luego gerente. Aunque en su caso es al revés. Un gerente médico. El “doctor” Antonio Burgueño. El de esa ruina conocida como modelo Alzira. Ayer lo vi en la tele, en “La Quinta Columna”. Llegó a decir, como un médico de Balzac, que sería “entrañable” que la relación entre médico y paciente volviera a ser de pago. Que sería “entrañable” que el paciente le pagara a su médico por cada consulta 50 euros. No son las mejores fechas para escuchar la palabra “entrañable”. Hace unos años tuve hasta peleas por ese adjetivo tan recurrido como repugnante. En boca de este señor buitrado con bata blanca sufrí un shock anafiláctico. De pago.