martes, 24 de agosto de 2010

LA MALA LECHE DE ALGUNOS

La mala leche es una metáfora del exceso de bilis o de un arrebato de súbita maldad. Sé que se ha estudiado, y no en metáfora, desde la psicología, la criminología y la endocrinología. También ha deparado grandes textos en los cuentos (Perrault, Hnos. Grimm, Anderssen), en la literatura en general (Kafka, Dostoievski, Sábato, Sartre), en la novela negra en particular (McCoy, Himes, Thompson, Chandler) y hasta en la filosofía más sesuda como exteriorización láctea del pesimismo (Séneca, Schopenhauer, Cioran), pero para mí que la mala leche, y no en metáfora, es la manifestación traumática en sociedad de los mal destetados: esa peña resentida desde la infancia y a la que la felicidad de los demás le hace tolón en los huevos llamando a rebato, clamando venganza. Sólo así se explica la mala leche, la mala hostia y la mala baba que gastan algunos en plazas, calles, escaños, despachos, bares y colas del pan. Se les va la pelota de puro rencor. La mala leche les hierve por dentro y son esos vapores malsanos los que les hacen girar las pupilas como espitas de olla exprés: a la mierda la justicia, la estética, la bondad, el orden y mi puto prójimo. Aterradores, los gachós. ¿Hay alguna manera de resguardarse de ellos? Reconociéndolos antes de que les dé el ataque. ¿Por el hacha que llevan? ¿Por su pechera manchada de sangre? ¿Por el reguero de cadáveres que han dejado a su espalda? No. Por sus comisuras. Igual que al niño que acaba de mamar se le nota en las comisuras, a los del Síndrome del Maldestetado también. La boca les tiende al pozo por los lados como máscaras trágicas griegas. Comprobadísimo, colega. Y si llueve, mierda de lluvia. Y si hace sol, mierda de calor. Y si les toca la lotería, para medicinas. Y la boca siempre así, en despachos, bares, plazas, tertulias, escaños y en la plancha de aluminio de un forense, su ecosistema más alegre.

BRILLANTE EL LOCO