jueves, 4 de abril de 2013

LA PICOTA Y LA INFANTA


En el ADN del pueblo español, en su genoma de bicho con miles de años peleando instintivamente por la supervivencia, están las asonadas más crueles y los servilismos más humillantes cruzándose en la doble hélice de la historia, ese pasodoble que se marca la voluta popular con la voluta de sus dirigentes al compás de las épocas. Un mapa genético con cromosomas como calabacines fosforescentes y enfermedades hereditarias de quejío intrauterino a las que de tanto en tanto les han ido poniendo nombre nuestros intelectuales ginecólogos: Séneca, El Lazarillo de Tormes, Cervantes, Quevedo, Ortega y Gasset, Valle Inclán, Machado... Sevicias, envidias, desidias, codicias y corrupciones por latifundios y hasta por plasmas, sanguíneos y de los otros. Y ni el pueblo está siempre borracho, ni siempre lúcido, al igual que tampoco se nos han impuesto siempre los peores gobernantes ni ha sido frecuente que acertáramos a obedecer a los mejores. Aquí hemos hecho buenos a los mayores insensatos por cómo ha terminado luego la fiesta. Y también nos hemos ido a por uvas y nos hemos vuelto con un continente. Así que entre la razón histórica y la historia de nuestras razones, la barra libre de despropósitos ha sido más o menos constante desde los días en los que Fernando el Católico muriera empachado por una sopa de testículos de toro hasta los corrientes, en los que una de las hijas de un Borbón se ha casado con un jugador de balonmano presunto delincuente y ha usado con idéntica presunción la tarjeta de visita de su presunto padre para poner presuntamente de rodillas a alcaldes, empresarios y palanganeros de comunidad autónoma, y que soltaran la pasta, por Dios, la Patria, el Rey y el Instituto. Un continuo pasodoble histórico, p'alante y patrás, amenizado por una banda militar o una orquesta de verbena de verano (no sé qué es peor). Una hora feliz límbica, permanente, con sangre o sin sangre, con dinero o sin dinero, con dictadura o sin ella, en la que pegas un zapatazo y lo mismo te sale un Viriato que te sale un Miguel Servet, un Torquemada, un Severo Ochoa o un Millán Astray. Un republicano, un monárquico, un ateo, un carlista, un cura, un genocida y un putón desorejado, todos respingando de debajo de la misma baldosa y compartiendo la misma mala leche y el mismo vino. Por eso no está en entredicho la monarquía, ni como institución ni como patio de Monipodio. Aquí estamos en entredicho todos. A las puertas del pueblo llamado Civilización y en la picota, expuestos al escarnio y la befa de los panolis de Bruselas, que ya es pasar vergüenza, coño. La mierda no es que los reyes nos roben, que por definición están para eso; la mierda es que no hayamos aprendido una mierda, ni lo haremos nunca, y que se impute a una infanta por choriza nos parezca una maravilla de tecnología punta. Tecnología punta, la picota, colega. Y todo el mundo en ella. La infanta por infanta, y nosotros por el cuajo de no haberles mandado al peo en la transición, y por haberles reído las gracias desde que le creímos la coartada por lo militar al padre de la susodicha en la noche del 23-F y luego le compramos un caballito de madera a su hermanito, el príncipe (¿o fue un chalet en Mallorca?). Te cambio diez docenas de infantas imputadas (y "lo bien que funcionan las instituciones democráticas" en este país) por el primer presidente de la III República Española sin cuentas en Suiza, y luego hablamos. Por lo mismo que decía antes: que para cagarla ya estamos nosotros solos. Eso sí, nos vamos a mondar de risa con la boda real de la imputación en todas las revistas de papel touché, el modelito de la infanta interrogada y el modelo de tanque en el que se van a presentar los abogados de La Casa. Yo ya me estoy comprando labores de punto y mi gorrito de tricotosa.