viernes, 14 de diciembre de 2012

LOS ROTUNDOS O QUÉ MALA ES LA ENDOGAMIA


A estas alturas del fin del mundo sigo sin comprender algunas actitudes en los bares, algún cuadro reputado por “obra maestra”, algunos famosos señuelos de la solidaridad, algunos otros de la publicidad, algunas formas de la corrección en público, los aplausos desmotivados, algunas espantosas “caras de nada” de la gente mirando cadáveres en la tele, más de una solidificación cívica de las apariencias, ciertas famas, ciertos desparpajos, ciertas arrogancias... A estas alturas del fin del mundo sigo sin entender, y por lo tanto sin apreciar, y mucho menos asumir, la mayoría de las rotundidades sociales básicas que gozan por ahí de un prestigio casi unánime. Esas rotundidades-rodamientos por los que se va yendo un tío a la muerte tan pancho: un trabajo, una cultura, una ideología, una inteligencia, una casa, una familia, una patria, un futuro, un Dios. Así que, quieras que no, me voy fijando en la gente que anda con un desconcierto parecido, un mosqueo similar. Suelen escribir o pintar o hacer esculturas, de modo que tampoco es que me los encuentre todos los días por la calle. Lo que sí me pasa es lo contrario. Que me encuentren a mí los Rotundos. Y que me den la barrila con sus rotundidades. Con sus certezas. Con sus fijaciones. Esa gente tan segura de sí misma que da grima. Esa gente con opiniones como melones de piedra. Una buena concreción de esto es la de un jefe en cierta empresa al que sus subordinados llaman “Redondo” (a sus espaldas; quieren seguir trabajando). ¿Y por qué “Redondo”? Porque es tonto por dondequiera que lo mires. Con todo, seguiré llamando Rotundos a los de mis encontronazos. Porque son rotundamente... lo que se quiera. El último Rotundo que me ha saltado a las meninges ha sido el tal Oriol Junqueras, desde la tele. Que a estas alturas del fin del mundo haya nacionalistas convencidos... Que a estas alturas del fin del mundo haya un tipo que tenga poluciones nocturnas con crear el Banco de Cataluña rotundamente... Político tenía que ser, claro. Los más rotundos de todos. Y encantados de lamerse las rotundidades entre ellos. Con lo mala que es la endogamia. Y a los hechos me remito. Soberanamente.