domingo, 3 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (51º DÍA DE CUARENTENA)


Bajo la lente del Estado, cada día somos más proporciones, más números, más estadística. Mi cinturón es la barra de partición de un quebrado y soy un tanto por ciento al mínimo que se me desnivelen las gafas si miro hacia el satélite en el balcón. Nos ha salido un brote de mesa extra familiar en las terrazas, nos ha crecido el aforo como un adolescente durante el estirón del 30 al 50 % y puede que se le ponga voz de medio hombre si se pide su primera caña con la distancia justa de seguridad entre la espuma y su primer eructo de aperitivo en la vida. También podemos juntarnos al menos diez en las casas en la Fase 1 cuando tu número de amigos de verdad dejaría desierto ese concurso, esa reunión, porque nunca pasaste de la Fase oral en la que tu madre se comía a todos tus amigos para protegerte, al menos diez en la infancia, con la despoblación que esa gastronomía materna provoca luego a partir de los catorce años...

Con todo, somos los románticos de la cuota de contagios, los ludópatas de las sandías con el número de muertos y las fresas de los curados, los optimistas de Paulo Coelho (¿o era Claudio Moyano?) que nos estamos haciendo impresionantemente mejores con los mensajes en Morse de las palmas y la homeopatía de sonreír a los balcones como si fueran flores de Bach y no macetas del Dúo Dinámico.

Por fin ya todo es responsabilidad nuestra, las amistades, las distancias, las madres, el aforo, la soledad y hasta la esperanza, lo que viene siendo en suma una delegación del gobierno.

Le preguntan a Lola Flores en una entrevista: "¿Qué se morirá contigo, Lola?".  Ella mira fijamente al entrevistador y, tras una pausa, muy seria, responde: "Cosas muy importantes". Ayer vi la misma expresión bailada en un balcón de la calle Argumosa. Un travesti cantaba en playback el I'll Survive desde su altavoz enrejado con luces de árbol de navidad. La gente lo jaleaba realmente divertida, como jaleaban en su momento a Lola Flores cuando se le iba la pinza y pasaba por arte, por raza, por tronío o por genialidad, dependiendo de la crónica y del léxico del comentarista de turno. Lola y travesti, travesti y Lola, los dos-las dos con el ego disparado como en un ataque epiléptico y el ansia de acaparamiento en las caderas como dos amebas hambrientas de público... Ñam, ñam... "Cosas muy importantes"... Ñam, ñam... "Cosas muy importantes"... Igual me equivoco, pero en los contoneos de ese balcón y en los ojos de fiera de Lola Flores había la misma necesidad imperiosa de que les hiciera el amor inmediatamente el Universo en persona, a ver si estaba a su altura esa mierda infinita.

¿Esto a qué venía? Por las delegaciones del gobierno.

Cuando Lola Flores se pone su peluca de intensidades para hablar de algo que ella cree muy importante, hace lo mismo que muchos escritores cuando se suben las gafas y se ponen a mover su bata de cola sobre una subordinada. Una frase, digo. El sentido de la fiesta loca en los balcones contra la plaga tiene la misma épica que la de Lola Flores cuando quería echar a la gente de la iglesia durante la boda de su hija Lolita. Su "irsen" es ahora "venirsen", pero la plaga es la misma, y la peluca de intensidades. Si crees de verdad que contigo se van a morir "cosas muy importantes" y no sólo para ti, de verdad mereces que el Universo en persona guarde tus cenizas para el último pedo de la última estrella moribunda.

¿De verdad te estás metiendo con Lola Flores? El 16 de mayo será el 25º aniversario de su muerte, pero hoy es el día de la madre y todo se junta.

No sé si me ha sentado bien la salida a la calle de ayer. Me sorprendió ver a tanta gente organizada para separarse en la acera como en un Cluedo aburrido, pero también me sorprendí pensando que la chicas estaban mucho más interesantes con mascarilla. Los tíos no. Todos me parecían padres en el parto. La fiesta con la peluca de intensidades tuvo probablemente un pico de audiencia. En catorce días veremos si no tiene también un pico de contagios. El artistazo tiró la casa por la ventana y nos arrojó confeti plateado. El asesino del balcón.

Y un bizcocho con estas manitas (y mi lápiz óptico), mucho antes de la Crisis de la Levadura (como la que tuvo el Juan Sebastián El Cano cuando no lo dejaban salir de puerto por culpa de una sospecha de alijo de cocaína).

I'll survive? Está por ver.

MI RECUERDO DE MICHAEL ROBINSON EN UNAS ESCALERAS


Estudios Picasso en Villaviciosa de Odón. Preparativos para la grabación de una entrevista. Michael Robinson sube confiado unas estrechas escaleras hacia una zona vip donde le aguardan unos refrescos y unos canapés de parte del simpático equipo de dirección del programa. Tengo preparadas una cámara ENG arriba y otra abajo, grabándole ya. Cuando está a mitad de las escaleras, dejo caer desde lo alto una pelotita de colores del tamaño de un balón de fútbol sala, el juguete de un niño. 

     -¡Michael!

El inglés mira hacia arriba, ve venir la pelota, y el entrevistado de chaqueta y corbata se transforma de inmediato en futbolista. La para con el pecho (la corbata), la baja a la rodilla (de tergal), se la pasa a la otra rodilla (también de tergal) y ya la está controlando con el interior de su zapato derecho (¿o fue el izquierdo?), cualquier cosa para que aquella pelota de mierda no tocara escalón...

     -¡Cabrones! -grita hacia arriba.

...Antes se mataba en esas escaleras que aquella puta pelotita se le cayera al suelo, sonriendo con toda la boca... Qué tío grande.

En edición, la broma no duró más de cinco segundos.
¿Llegamos a emitirla? No lo recuerdo. Me acuerdo de él en esa escalera y de su sonrisa feliz tratando de hacerse con la pelota.

Descanse en paz Michael Robinson.