viernes, 2 de febrero de 2007

TUBINGAS (9)




Lo dijo hace poco Tom Waits. Su modelo de comportamiento era a menudo Cantinflas. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes? Ahora está todo mucho más claro.

Probable modelo de comportamiento de Lou Reed: Buster Keaton.

Napoleón perdió Europa con Waterloo. Los de Abba ganaron Eurovisión con lo mismo. Careo entre los dos. A Napoleón le dan dos maracas y le dedican “Chiquitito”.

Probable modelo de comportamiento de Van Morrison: Orson Welles.

Mocedades era sólo uno en el escenario, pero muy esquizofrénico, y gordito. La voz cantante del problema se llamaba Amaya. Prueba de que era una esquizofrenia de las más graves es que ahora ella se hace llamar el Consorcio.

Probable modelo de comportamiento de Cher: Frankenstein.

Napoleón se anima y en un bis canta “Tullerías, Tullerías”, a lo Bisbal.



Probable modelo de comportamiento de Bisbal: Marcelino Pan y Vino

PROTOMACHISMO




Limpiezas MILO

EL PEREJIL DEL PERRO (1)



Te dejé porque yo era otra cosa. Nunca supiste qué. Vinieron los viajes, los tipos de dientes perfectos, la luz con suavizante de algunos amaneceres. Claro que tuve amigos y claro que los perdí. De ese tiempo es el perro que maté porque ahora no me acuerdo. Luego conversé y trabajé como un imbécil hasta que algunas putas enderezaron mi camino. Y así, un día crecí tanto que exploté blando como una de tus yemas. Mi nana de fango y aros en el mármol fueron aquellos años de suciedad y libros en que me bastaba sumar vino, mujeres y tiempo para que el dinero fuera eso que tenían los demás cuando no podían tener otra cosa, madre. Por eso me hice del sindicato. Para tenerlo todo y fácil. No sabía disparar ni daba miedo, pero yo era un poeta y amenazaba sin levantar la voz. Pronto tuve coche, rubia y Lügger. Una pistola, madre. Tu hijo aprendió a reir con el costado de la boca. Y hay peinados que mejoran esa risa amarilla, madre. Fue cuestión de aprenderlos. Tú nunca supiste peinarme contra Chúpamela cuando fui niño. Mandé que lo buscaran. Se había hecho granjero, tenía familia, no se acordaba de mí. La Lügger desdibujó por segunda vez sus rasgos. Fue como una estampida de pájaros, madre.
Descuida, sigo apreciando ciertas horas de la noche, algunas páginas de Dostoievsky, Cortázar, el bourbon tibio, los brazos de los niños, la mamada extrema de esa mujer que, a la postre, no evita la muerte de su marido allí presente, madre.
Pero hoy he visto tu cara en los ojos zorros de una vieja detrás de un ventanal. Había avisado a la policía porque ella era mejor que todos nosotros. Podíamos volarla con las Thompson, partir el edificio por la mitad, destruir el barrio. No obstante, avisó a la policía. Esperamos y no tardaron. Sirenas. Luego el silencio, mi calmoso cigarrillo de recuento entre los muertos y las ganas de un whisky bajo la mirada de la vieja, esa mirada horrorizada que se parece a la tuya, madre: una vieja pegada a una ventana, con su cara de rata decente, esta madrugada u otra cualquiera. Esa vieja repugnante que le escupiría al cadáver que conservo en casa, madre. Y me he acordado mucho de ti.
Madre, quiero que conozcas a los chicos.
Quiero que conozcas mi Lügger.
Abrígame cuando llegue. Sonrío raro.

LOS BUZONES SON AMARILLOS PARA ATRAER A LOS CARTEROS (1)


P. J. Harvey nos pone el coche a doscientos, la cabeza soñada, completa, las putas en su sitio, con la sonrisa en el tanga. Hay gasolineras y edificios que pasan también a doscientos a nuestro lado y P. J. Harvey canta y fuma y la anorexia se le rompe en los altavoces como el cristal de una botella de ron, de whisky, en el tobogán de la Castellana. Es un domingo por la noche y el mundo está vacío.
Paramos.
Mi editor y yo entramos en otro burdel.
Hay camareros armados, terciopelos, cadáveres de niños debajo de los cojines, senderos a los servicios, hombres hirviendo risas, deteniendo cigarrillos en el aire. Las mujeres nos traen su sexo en la boca como perros enseñados y nosotros nos limitamos a preguntarles cuánto o si han leído a Sábato.