LOS BUZONES SON AMARILLOS PARA ATRAER A LOS CARTEROS (1)
P. J. Harvey nos pone el coche a doscientos, la cabeza soñada, completa, las putas en su sitio, con la sonrisa en el tanga. Hay gasolineras y edificios que pasan también a doscientos a nuestro lado y P. J. Harvey canta y fuma y la anorexia se le rompe en los altavoces como el cristal de una botella de ron, de whisky, en el tobogán de la Castellana. Es un domingo por la noche y el mundo está vacío.
Paramos.
Mi editor y yo entramos en otro burdel.
Hay camareros armados, terciopelos, cadáveres de niños debajo de los cojines, senderos a los servicios, hombres hirviendo risas, deteniendo cigarrillos en el aire. Las mujeres nos traen su sexo en la boca como perros enseñados y nosotros nos limitamos a preguntarles cuánto o si han leído a Sábato.
Paramos.
Mi editor y yo entramos en otro burdel.
Hay camareros armados, terciopelos, cadáveres de niños debajo de los cojines, senderos a los servicios, hombres hirviendo risas, deteniendo cigarrillos en el aire. Las mujeres nos traen su sexo en la boca como perros enseñados y nosotros nos limitamos a preguntarles cuánto o si han leído a Sábato.
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