sábado, 11 de abril de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (29º DÍA DE CUARENTENA)


A. se ha currado unas torrijas de Semana Santa a la plancha y le han quedado exquisitas. Gracias, cristianos. Gracias, panadería de Argumosa. El pan para torrijas que venden es un submarino de bolsillo que hubo que meter de pie en el ascensor como si lo acabaran de pescar. Habrá torrijas hasta la canción del verano. Buen tema para los profetas del quépasarácuandotodoestoacabe... ¿Habrá canción del verano? ¿Habrá verano? ¿Qué estará componiendo Álex Úbago en su confinamiento? Algo alegre, fijo. Si nadie lo remedia, en las verbenas vamos a bailar pasodobles por Skype con Sergio Dalma detenido por la guardia civil y llorando a un lado de la pista. Y otra cosa del verano: ¿Qué va a pasar con los extranjeros? Hablo de los extranjeros de fuera, no los trescientos millones de ingleses, alemanes y rusos que ya viven con nosotros todo el año... Los vamos a echar de menos, si no vienen. Algunos vendrían incluso muertos a ocupar su sitio de otros años en los chiringuitos... Con esos en concreto podríamos hacer un troquelado tamaño natural con su foto del año pasado (esa en la que el guiri le pasaba el brazo por el hombro al dueño y que se quedó pinchada en el corcho de las comandas), ponerlo en el lado bueno la barra y que le pase el brazo por encima al grifo de caña...
-¿¡Pero quién es este!? ¡Qué susto!
-El irlandés de Miraflores, el que cantaba "Vicenteeó" a las cuatro de la mañana el año pasado.
-Coño, no lo había reconocido. Está muy borroso.
-La culpa es al 50% de la foto de mierda que le sacó Pepín y al otro 50% la tajada que llevaba el menda...
-¿Este año no viene?
-Está en una UCI en Dublín. Ha mandado esto para que le guardemos el sitio...
-Venga ya. Ese troquelado lo habéis hecho vosotros...

Porque somos unos sentimentales. Aparte los muertos, aparte la pérdida de empleos, aparte la destrucción del "tejido productivo de toda la economía" y aparte el sufrimiento desolador de los ancianos abandonados y el de los niños proscritos, el cierre de todos los bares ha destrozado el "tejido nervioso de los españoles", por no decir su corazón. Nuestro corazón. Y eso sí que nos ha dejado mal cuerpo y nos ha revuelto por dentro como nunca. Vísceras aparte, también, lo que nos ha destrozado es el alma. Los bares han sido siempre nuestra segunda residencia real, la mayoritaria, por no decir la primera en casos intensos. Nuestro internet, nuestro parlamento, nuestra universidad, nuestra economía y nuestro sexo oral. También nuestro sitio preferido para beber, aunque sea un aspecto secundario. Templos, guarderías, hospitales, moteles, casinos, galerías de tiro, cuarteles de invierno, campamentos de verano, pasarelas de primavera y segundas juventudes. Se podía discutir en casa porque tenías el bar. Podías enfadarte con tu jefe porque tenías el bar. Podía perder tu equipo de fútbol porque tenías el bar. Te podían diagnosticar una enfermedad peligrosa porque tenías el bar. Y sin bares... ¿Quién se atreve ahora a enfermar de coronavirus, si no tienes un bar para que te puteen los amigos, por gilipollas? ¿Quién puede enfrentarse ahora con energía a un tontaina de balcón (en mi calle no, pero las redes están infestadas), si te han quitado el bar en el que comentarlo después? ¿Quién va a arriesgarse a escribir estos días la novela fundamental más hermosa del mundo si sabe que no podrá aturdirse ni alejarse de ella al menos un par de horas en su bar favorito? Encima, la incertidumbre y el inefable mamoneo del gobierno con la fecha de la reapertura de Nuestros Bares está siendo algo así como el silencio hiriente de una novia en la distancia... Y también nos está matando, con lo sentimentales que somos.

Sí, puede que nada vuelva a ser como antes, pero porque detrás de los músicos animados de los balcones y de los que aplauden con ganas, justo a su espalda, las casas se han ido llenando de Kafkas todos estos días... ¿No tenéis esa sensación... mugrienta? Yo sí. Sensación de Kafkas detrás de los aplausos, las músicas. Incluso sensación de Kafkas detrás de las persianas echadas, aunque sea un piso vacío. Paranoias, quizás, mugrientas paranoias, pero de vez en cuando también se les ve en los balcones, en primera línea: son los que aplauden discretito. También creo que son los que más y mejor se lavan las manos. También los que cuentan las veces que la gente baja su perro a la calle. Los que rumian. Los que están repensándolo todo desde otro punto de vista, el país entero... Esa mala gente que camina que decía Machado, ahora detenida, ahora observándote por la tele y por las ventanas más rencorosas de su casa... ¿Y si con la pandemia se estuviera haciendo justicia? ¿Y si realmente merecemos la muerte todos los que somos la bazofia de esta sociedad? Mira tú, en Estados Unidos están muriendo negros mayormente... ¿Pensáis que esa gente que digo volverá a los bares, si es que estuvo alguna vez? ¿Sí? ¿No? Les da igual lo que pensemos porque ya han decidido que nada volverá a ser como antes... Cada día son más y yo cada día soy menos, sobre todo por meterme con el bendito de Kafka. Escribiría las negruras que le cantó el culo, pero lo hizo maravillosamente, a lo mejor en un sótano o detrás de las persianas cerradas de un piso vacío, pero aquí me viene a la cabeza una foto que desmiente su leyenda de supuesto cenizo, aunque sea solo un momento, ese instante feliz en que lo retrató la cámara en una playa junto a su amigo Max Brod que parece que acaban de salir los dos de una cuarentena tal cual, o por lo menos de Praga, que están en Marielyst, al sur de Dinamarca. Qué me gusta poner nombres distantes, por si salimos nosotros también...


¿Dónde está "La Metamorfosis" en esa sonrisa? ¿Dónde "El Proceso"? No se puede "estar en escritor" las veinticuatro horas del día, a no ser que te llames Antonio Gala. A mí me pasa algunas tardes a las ocho, digo lo de "Kafka en la Playa", la sensación "pero qué coño"... También me siento un poquito raro aplaudiéndole a los sanitarios cuando la última vez que estuve en un hospital fue para llevar tebeos.