martes, 5 de marzo de 2013

LOS ECONOMISTAS BRUJOS


Hans-Werner Sinn, el mentor económico de Ángela Merkel. El fanático de la austeridad. Con esa barba, Ahab. Con esa cara, el doble de luces del padre de Abraham Simpson Lincoln. Un tipo de aspecto siniestro y amargado, y que también piensa siniestramente, con la amargura empática, la amargura eufórica de los videntes cuando agarran por la cartera a uno de sus descerebrados clientes en la mesa camilla de la consulta dicéndole que se avecinan tiempos oscuros en su matrimonio, en su trabajo, en su salud y en su dinero. Cuernos. Sufrimiento. Dolor. Hambre. Pobreza. Paro. El fin del mundo. Que te lo digo yo. El colega. Hans-Werner Sinn, el que tiene un despachito con incienso y velitas al que acude todas las semanas la rubia sin cuello. Bienvenido a la República Independiente de los Economistas Siniestros. Nada extraño en un gobernante, por otra parte. Todos los reyes y emperadores han tenido, puerta con puerta con el salón del trono, un despacho con brujos, futurólogos, augures, arúspices, videntes, y todos los puestos intermedios en la escala laboral de los charlatanes. Consejeros áulicos. ¿O es que no son los economistas de hoy en día el equivalente exacto de los videntes que consultaban antaño los tarados de los gobernantes? Hágase la prueba de visualizar al de arriba con un gorro de cucurucho, una nariz ganchuda y una varita mágica en la oreja, como el lápiz de un albañil. Tal cual. Una de las brujas de Shakespeare en El Rey Lear, pero con corbata y más pelo en la verruga de la barbilla. Y ahí que entra acojonada a su despacho la alemana tres cuartos y le pregunta: "¿Cómo nos va a ir en la zona euro con la crisis y los rescates, maestro Sinn? Dígame la verdad, oh, sapientísimo. Pero sólo la verdad de los brujos de derechas, si no le importa". Y el economista brujo  hace una reverencia, ñec, coge su perola académica, la pone al fuego, le echa dos rabos de prima de riesgo de cualquier país del sur de Europa, el corazón todavía palpitante de una lechuza Euríbor, las uñas de los pies de un asesor de Moody's, el apéndice disecado de un ex director del Fondo Monetario Internacional, un clínex con esperma de broker norteamericano, un bastoncillo con cera de oreja islandesa y un mechón de vello púbico de alguna amiga del rey de España. Le añade luego dos litros de agua de piscina de Marbella robados en noche de fiestón con luna llena, lo deja todo cociendo, se toma media botella de whisky mientras la bajita presidenta de los enormes pechos se trasiega cincuenta litros de cerveza berlinesa, atacada de los nervios, y a la media hora de reloj el brujo en nómina mete en el caldo un predictor usado de española de Erasmus en Francfurt ("Estás despedida, bonita"), lo saca, lo lee despacito a la luz de los faros de un BMW, y le dice amarga y siniestramente a la teutona de las pesadas comisuras: "Dolor. Sufrimiento. Hambre. Pobreza. Paro. El fin del mundo. A España le queda todavía más de una década para tomarse a gusto un tintito de verano, mi señora". Cachis, pero ya se lo esperaba. Merkel eructa satisfecha, el maestro Sinn recibe su cheque por la sesión de brujería (un bonopolvo con Walkirias en un bar de luces a las afueras de Colonia: hilo musical con Wagner todo el rato), y al día siguiente linchan a un tornero emigrante español en una fábrica de Düsseldorf, para celebrar las previsiones e ir abriendo boca. Porque otra de las cosas que ha dicho "el experto" es que quién sabe si dentro de unos años los hijos de los alemanes no tendrán que ir al Sur de Europa a recuperar el dinero que prestaron sus padres... ¿A eso no se le llama, literalmente, "invasión"? Sus muertos. No he visto un tío más malaje ni más mala follá en mucho tiempo. Por contra, qué alegres y optimistas me parecen ahora nuestros brujos becarios, De Guindos, el Paleto Pijo, y Montoro, el Gandalf del Club de la Comedia. Ellos hacen sus predicciones tocándole los testículos a un parado. "Este aguanta otro año más en casa de su madre, Mariano. Dile a Bárcenas que en un mes podremos pagarle lo suyo".