domingo, 21 de noviembre de 2010

PARA QUE TE LO PIENSES DOS VECES


El primer bodegón fue un bisonte en un paño de caverna. No parece que hayamos avanzado mucho desde ese momentito histórico. Creo que es lo fundamental que enseña Gombrich. También Sábato. No hay progreso. Que alguien me explique lo que he estado haciendo, fuera del mundo, durante un par de horas, dale que te pego a la carne, al magro, a las dóciles sombras de la bandejita de corcho artificial. Qué cojones te lleva a hacer algo así. Podría estar escribiendo un libro salutífero. Una novela de hermosas mujeres y hombres fatales. Un dolor poético con buena caligrafía. Pero no. El puto chuletón. Y esa sensación placentera que todavía no se me ha ido. Salvadas las distancias, la vaca desollada de Rembrandt. Los huevos fritos de Velázquez. Nada que ver con los girasoles de Van Gogh. Nada con los nenúfares del miope. Y luego lo otro. La cosa de colgar el cuadro en la ventana de las ventanas, para que lo vea todo el que pase. Sin el más mínimo afán de notoriedad. Sin ego. ¿Seguro? Joder. Creo que no. ¿Impudicia? Impudicia sería haberlo pintado mal y ponerlo. ¿Ego es haberlo hecho bien y ponerlo? Adler y su complejo de inferioridad. Tampoco. ¿Y si me muero en cinco minutos? A lo mejor va por ahí. Yo muerto y mi chuletón no. Vaya mierda el arte, macho. Vaya enorme y tremenda mierda el arte. Para que uno no se muera en cinco minutos. Desde el Quijote hasta las pirámides, patrás.