viernes, 6 de abril de 2012

SI LA CRUZ HUBIERA SIDO UNA HORCA...

Desapasionadamente, durante la Madrugá, pensamos en la posibilidad de que Jesucristo no hubiera sido crucificado, sino ahorcado. La deriva de la religión cristiana habría sido algo distinta, pero únicamente en las formas. Los creyentes llevarían una soga al cuello para reconocerse entre ellos. Tal vez un cadalsito completo. La señal de la cruz para bendecir o para persignarse habría sido sustituida por la señal de la horca, quizá un gesto de degüello a la altura de la nuez con la mano derecha, sacar la lengua exageradamente por un extremo de la boca, un endurecimiento fastuoso del pene o del clítoris (ya se las habría ingeniado la Iglesia para provocarlo con aguas benditas azules o similares)... Los estigmas de santidad también habrían venido por ahí: marcas rojas en el cuello, caras amoratadas sin motivo, robar caballos... La sábana santa, una capucha. Los clavos de Cristo, la soga de haber atado sus manos a la espalda. Las astillas de la Vera Cruz, las astillas del Vero Patíbulo. Esta noche, desapasionadamente, durante el paso del Viernes Santo al Sábado de Gloria, pensaremos en la posibilidad de que Jesucristo hubiera sido lapidado.

LOS SUEÑOS MAL DIBUJADOS

Ayer vi de casualidad la exposición "gratis" de Chagall en las Salesas (Madrid). De acuerdo que lo tenía idealizado, pero no era la "idea" que tenía de él. Supongo que la cercanía mata el misterio y eso fue lo que pasó. Que estuve demasiado cerca de su mesita de noche. El intruso en el cuarto del niño, el turista invisible a unos centímetros de su cara y de sus brochazos, viéndole sacar la lengua concentrado y feliz mientras pinta a papá, a mamá y al pollo. Y todo el mundo abrazado. Esa lengüita dibujando acróbatas, novias, cabras, cielos y casas contentas en un terremoto. A dibujar gordo, torpe y plano lo llaman näif. Y si lo pintas con colores chillones, surrealismo. Pero como te gusten los motivos religiosos y la cosa rural poética, vas a ser vanguardia, colega, quieras o no quieras... Y, pese a todos mis prejuicios con la técnica (la prisa, el descuido, la torpeza no del todo intencionada), pese a que piense que Chagall nunca ha pintado más que un cuadro repartido en cachitos, allí había algo potente y mágico. El optimismo. El amor, tal vez. La falta de gravedad de los sueños. La fe en el espíritu. Muchas cosas que podría condensar en una imagen: el análisis morfológico de la energía positiva, cuadro a cuadro, cachito a cachito. Digo análisis. Digo morfológico. Y digo energía positiva. La sintaxis de Chagall está en sus colores. Concretamente en los Complementos Circunstanciales de Lugar (si siguen llamándose así). Cielos, Aguas, Prados, Vapores. Porque cómo vas a dibujar un sueño, tío. ¿Como esos unicornios de póster en un acantilado? ¿Esas hijas de Conan a la luz de la luna? La alegría en dos dimensiones bien podría ser Chagall y sus balbuceos, sus anotaciones, sus pollos santos, sus cabras sonrientes, sus fieles parejas abrazadas, las viñetas con que sueña un enamorado borracho hechas vidriera. Olvidables sus guaches sobre el mundo del circo. Olvidables sus cerámicas (Lladrós sin molde) y esculturas. Memorable la vigilante que me regañó muy Rottenmayer por sacar una foto borrosa desde la balconada del segundo piso hacia la sala central. Memorables también las litografías. En ellas había el único dibujo pasable de un vientre de mujer. Calcado de la Maja Desnuda de Goya. Con un par.