lunes, 27 de enero de 2014

¡LASQUETTY EXTERNALIZADO!


Gestiona por lo privado esta patada en el culo en toda la cabeza...
(¿El Grupo Capio tiene psiquiatras de sicarios en paro?)
¡...Y no vuelvas!

LOS MANIPULADORES DE ALIMENTOS Y COMENSALES


Entre las nuevas pedanterías de la modernidad está la gastronomía creativa como una de las bellas artes. Si no había ya bastante ficción en el etiquetado de los vinos y en la descripción de los platos en los menús de los restaurantes a 100 euros el cubierto, ahora no pasa media hora en la tele sin que te salga un cuentacuentos (Huevos fritos a la Caperucita -en bosque de patatas chips quemadas-, Bacalao a la Moby Dick -con el arpón de un ajete en el lomo-) o un enviado especial contándote las últimas novedades (que son todas) del Congreso Universal de Divinos Cocineros en atmósfera cero. Hoy, sin ir más lejos, aquí a la vuelta de la esquina, Madrid Fusión 2014. El encuentro nuclear entre los cocineros físico-químicos del mundo y la población hambrienta de Hiroshima. 3 días de terror culinario. Cocinas invitadas: Flandes (con mantequilla) y el Eje Andino (ándate a por ceviche, que le meto el soplete). Sí, probablemente soy un analfabeto en lo que respecta a la mecánica cuántica de tres habas en un plato (habas cuanticas), pero sé disfrutar de la comida, de la cocina y hasta de la gastronomía. Eso sí, sólo cuando no es abstracta, sincrética, metamórfica o de autor delgado. El que está deseando que Montalbán llegue a su momento cocinillas en las novelas de Carvallo, no tiene por qué apreciar la llegada de un soplete a una capa de gelatina de raspa de sirena. El que goza con cada una de las escasas comidas que puede proporcionarse Henry Miller en sus andanzas por París, no tiene por qué sentir una erección con la deconstrucción de un huevo frito en una campana de hidrógeno tibio. La desnutrición por escasez ya se inventó con las primeras migraciones de los herbívoros, así que no hace falta que pongas en el plato una loncha transparente de sombra de ternera, ni, por supuesto, que lo llames nouvelle cousine. La complicidad entre los alimentos y tú ya se inventó con el primer explorador belga que ayudaba a que no se pegaran las patatas moviendo los pies dentro de la olla. Y la antipatía por maltrato en la mesa también viene de antiguo: uno de los presentes me va a traicionar y no se va a comer este moco caramelizado en popieta de hostia. Ni por treinta y tres monedas que me paguen, y mucho menos pagarlas yo. Analfabeto del paladar, sí, pero porque escribís platos ilegibles. Disertáis, no cocináis. Yuxtaponéis, no emplatáis. Cocer, freír y asar son verbos del pasado. Ahora gaseáis, deconstruís y refanfinfláis. Y más que manipular alimentos, los agredís. Y los manipulados, nosotros. Todavía me acuerdo de una cena de restaurante con todos los camareros de luto y con el mandil como un burladero del infierno en la que pedí "chuleta de lechal", pensando que se habían ahorrado el plural por alguna elegancia que se me escapaba. Y no. Se habían comido el plural porque la chuletita de lechal era en singular, y eso era todo lo que iba a comerse alguien a gusto en ese sitio. El plural. Para cenar. Toda la noche con esa singular moneda de carne, eso sí, ahumada en suspiros de sarmiento. Y luego aquel gintónic, que era imposible que fuera de Larios y tenía que ser en inglés y con cuatro submarinos negruzcos acechándome desde el fondo. Así que no. Que lo mismo que no aprecio una mierda a Rotchko, tampoco me gusta Pollock, por más que lo pongáis de lecho en todos los platos para que surfee por encima una gamba cruda con muletas. Y que apareció por casa el libro de Ferrán Adriá "La Comida de la Familia" y quisiera yo saber en qué familia se ha criado el colega.