jueves, 21 de abril de 2011

LEVÁNTATE, QUE TE CONOCEMOS, JODER.



En un lance del partido, Sergio Ramos y Arbeloa levantan del césped, al unísono y manu militari, a un Villa llorón y teatrero que se agarraba la pierna y clamaba por la llegada de papá árbitro. Esa fue la final. Su espíritu y su escena simbólica. Y el Jugador, Pepe. No el que marcó, un portugués mimado y quejica. El jugador del partido fue el calvo del ceño donde vuelca un Landrover. El que estaba pidiendo el balón al borde del área contraria mientras defendía su cueva acojonando de reojo a Messi y disparando un cabezazo al palo que le ponía moñitos a las rastas de Pinto. Otra manera de esperar los dos duelos a muerte de la Champions. Aunque jugara mil veces mejor ese equipo multicolor tan fino, el de la comarca secesionista. Di María, el hijo del Barro. Özil, el hijo del Faquir. Casillas, el hijo de una Chapa de Mahou. Con dos cojones y dejando caer la copa al suelo. Si la final sólo era una excusa para poner las cosas en su sitio, hombre.