Desde una cierta altura, imagino que el Barrio de las Letras de Madrid puede parecerse a un laberinto de laboratorio para ratones selectos con su circuito de calles, esquinas, placas de queso conmemorativo y descargas eléctricas en forma de citas literarias en el pavimento. Ratones gordos de biblioteca, cada uno campeón en lo suyo: Lope de Vega, Quevedo, Cervantes, Góngora... Este último sin calle por la zona y con la calle equivocada por Chueca (la calle Luis de Góngora debería ser la calle "Juan" de Góngora, un mecenas monjil), pero mejor eso que nada. Y las descargas eléctricas por las citas metalizadas en el suelo es un decir, que hay quien las pasea indolentemente a contramano, y antes que leerlas como si estuviera haciendo el pino, las pisa como propaganda tirada, ya es Otoño en el Siglo de Oro, no se pierda la Semana Fantástica de Quevedo en traje de lagarterana... Y porque estamos acostumbrados a convivir con esos disparates, pero a cualquier coetáneo de los genios que digo se le habrían puesto los vellos como escarpias leyendo un "Inmobiliaria Cervantes", "Carnicería Lope", "Ortopedia Quevedo" o "Gimnasio Góngora", por decir cuatro sindioses. Ya me pasó en Ronda con un "Autoescuela Rilke" o en Granada con un "Lorcadent" y sigo vivo... Pero ayer, a la vuelta del Museo Arqueológico (una preciosidad ordenada por los cumpleaños del carbono 14), el Barrio de las Letras fue más un mausoleo de gitanos canasteros que otra cosa. El laberinto de ratones campeones que digo, pero con el laboratorio abandonado y comido por las malas hierbas... Tanto escritor junto y brillando espectralmente en esa calima de las calles de Madrid en Agosto como estrellas muertas, y Ana Botella en el ayuntamiento, por ejemplo... Cervantes en las mazmorras de Argel como un perro y Salvador Vitoria llamando terroristas a los que claman por una justicia no sólo para los ricos, por ejemplo... Entonces surgió la casa de Cervantes en su calle homónima (los fascistas no han podido saltarse esa casualidad, afortunadamente) y con su placa de pedir recuerdo, como una manita limosnera, y le saqué la foto de arriba. Donde vivió y murió el hombre. Y la de cosas que hizo en medio, el tío grande, y por ese mismo laberinto de gloria del Barrio de las Letras que ayer olía especialmente a hachas de sílex y a bedel responsable mandándote a la zona de ascensores si querías hablar por el móvil con un amigo delante de la vitrina del mamut de Arganda del Rey (o su colmillo), que ríete tú de la Máquina del Tiempo, colega, que en Madrid va con monedas y te pega unos viajes que te dejan turulato.