LOS BUZONES SON AMARILLOS PARA ATRAER A LOS CARTEROS (2)
El día en que a mi brazo le nació una mujer distinta era un día lunes y verde, como un problema recién creado. Aquella cosa colgaba de mi antebrazo con facilidad. Se llamaba Rosa o algo así y comía las chuletas sonriendo, con las manos, como si las chuletas fueran un saludo o una broma o una foto. La llevé al cine, a bailar, a llorar con mi vida. La llevé a hacer el amor con otro y aceptó. Asentía, sonreía, lloraba, callaba. Yo era su hombre, ella me había encontrado y todo estaba bien. La metí en la cama y le di lo que se había ganado: el cuerpo de su hombre. También me comió con las manos y sonriendo, como a las chuletas. Luego me largué a ganar algo de dinero y le dije "cuida de la casa, volveré al mediodía". Cuando regresé, la cocina brillaba, los suelos brillaban, los libros brillaban. Todo brillaba menos ella, sudorosa y reventada sobre la butaca raspada con un cigarrillo quemándose entre sus dedos flojos.
-Hola -trató de sonreírme.
-Hola. Date una ducha.
Tardó media hora en recuperar su aire sexy.
La besé, hicimos el amor.-Hola -trató de sonreírme.
-Hola. Date una ducha.
Tardó media hora en recuperar su aire sexy.
Había cocinado un delicioso plato pero le dije que comíamos fuera. Abrí la puerta y salí primero. Después de comer caro paseamos por el barrio. Ella procuraba no fijarse en los escaparates, pero los ojos se le pegaban al vidrio como ventosas. Entramos en una tienda y le compré una chaqueta domingo, elegante, de mujer casada y bien follada. Salió con ella puesta, sonriente y avergonzada. Paré un taxi.
-A la esquina de Alvarez de Castro con Viriato, un sitio que se llama "Oh, Mandril".
Le di mil duros al taxista y un beso a ella.
No pudo reaccionar.
Los vi largarse.
En esa esquina fue donde la conocí.
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