miércoles, 14 de diciembre de 2011

EN UN LUGAR DE JOAQUÍN REYES

Joaquín Reyes, el niño que no para de morder perros. También lleva una pistola de agua cargada con ácido borderline y se lo pasa bomba posando famosos en su hábitat biográfico como trofeos de caza. Una maravilla. Pero le he buscado en los folios que publica por ahí de vez en cuando y no está. O muy poco. Así que me temo que el Joaquín Reyes que me encanta no está en su propia escritura. Él mismo es el gorro de bufón que le falta a su sintaxis, de modo que hay que verlo y escucharlo y olvidarse (cachis) de encontrarle una epifanía en sus artículos. Al menos por ahora. En acción, me fascina su rebeldía con los límites del sketch. El formato le violenta en tiempo y espacio, y no lo acata. Sus brochazos fuera del marco son de lo mejor que me he reído en mucho tiempo. Esos saltos hacia delante, o hacia atrás. Del miedo al ridículo a la pasión por el ridículo, una fuente de energía que en Joaquín Reyes ningunea al rayo en lo que tenía de revelador fulminando. Zaca. Lampazo. ¿Esa risa estaba ahí? Ahí estaba, colega. Haberla visto vosotros. Joaquín Reyes, por reducción al ridículo como procedimiento de averiguación lógica (¿o era por reducción al absurdo?) y método de zahorí cómico, toma ya, está iluminando personajes ficticios y reales de mearse por la patilla, y eso, colega, a estas alturas del despiste sobre la Gracia, tiene un mérito de la hostia. Y en locomotora, más.

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