jueves, 15 de septiembre de 2011

CUADERNO DE ROMA (7)

La religión cristiana es un álbum de metáforas y hasta una pizarra de entrenador de baloncesto loco, pero hay que bajar a las catacumbas romanas para apreciar la poderosa convicción de sus comienzos. Hay que bajar a ese espanto de paganos acosados para sentir esa demencial huida (topera) de la realidad. Un frío oscuro, una oscuridad fría, estrecha y multitudinaria, el laberíntico sótano de la casita de juguete del emperador romano de turno. Dos estilos. Dos marcas diferentes. Arriba Lego, abajo Dragones y Mazmorras. Cien mil tumbas en el parking de Via Apia. Una prolija biblioteca de tupperwares de piedra minuciosamente vaciados (bendito sea el turismo civilizado). Abajo, dibujitos de peces, de ovejas... Arriba, dibujitos de uvas (Baco), de lechuzas (Minerva)... Abajo, cuentos de milagros, ventriloquías de un palomo y promesas de una vida "superior" después de la muerte. Arriba, el futuro en las tripas de una paloma, leones con la sonrisa de oreja a oreja, y calamares a la romana aquí y ahora... Los concesionarios de coches de la época tenían los escaparates empañaditos de esclavos, libertos y patricios confusos... ¡Calígula acaba de nombrar cónsul a su caballo! ¡Y los cristianos beben sangre, no te jode...! ¡Lo que tú digas, pero yo no me creo que Mercurio tenga alitas en los tobillos, chaval! ¡Mira quien habla: el que se cree que a la madre de Dios se la ha tirado una paloma...! Llegan a ver al Papa Loco de Prada que tenemos hoy en día y no se lo piensan más.

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