jueves, 15 de septiembre de 2011

CASTING VATICANO DE PECADORAS

En Santa María la Mayor, garabateada arriba, se da una obscenidad parecida a la que disfrutamos en San Pedro. Y también goza el garito de otra peculiaridad compartida que se me había olvidado apuntar en el cuaderno: los selectores de ambiente en las puertas del "cielo". Como porteros de discoteca, pero en litúrgico. Casting de pecadoras. Un par de tiparracos que le hacían la visual a las mujeres y escaneaban sus centímetros de piel descubierta: hombros, escote y piernas, básicamente. Selectores de ambiente, porteros de discoteca, censores, redactores jefes de una revista especializada en la antimateria del porno, salidos al revés, filtros masturbadores como mejillones de los diez mandamientos... y que nadie desee a nadie dentro, ni que se nos empalme ningún santo de lapislázuli. Si la cosa -teta, muslo, lubric shoulder- tenía remedio de opacidad y solución de tachado, le daban a la pecadora un shador cristiano de plexiglás blanco para el tapamiento y una reprimenda tácita "no vengas más así", aunque no se librara del escarnio público delante de toda la cola. ¿Que no tenían remedio las tetas planetarias o los veinte muslos de la señora fiscalizada? Pues no puedes pasar, tía guarra. Hala, a provocar a otra parte con menos pervertidos por metro cuadrado... Saltándose el hecho constatable de que en cualquier burdel de Calcuta hay menos sexo explícito que en el más santo de sus garitos. Con dos cojones y saltándose también lo de que nadie puede ser discriminado por su condición sexual. A la mierda la sociedad civil. Menudos eruditos del ludibrio, los asesores de imagen de Torquemada Fashion. Mi chica pasó las dos pruebas (cachis), San Pedro y Santa María la Mayor, y no hubo lugar a ninguna guerra santa del tipo "¿Qué haces tú midiéndole las tetas a mi novia?" o del tipo "¿Le estás llamando guarra a mi chica por toda la cara y yo me tengo que estar quieto, cucaracha de mierda?", pero me pareció curioso. Tampoco dejaban pasar a los tíos en unas bermudas demasiado fuera borda o a pecho lobo y sin camiseta, por otro lado... Aunque no sé lo que hacen con los efebos post catequistas si les da por querer entrar en misa con una toallita de sauna... ¿Ven a la sacristía a que te revise, Adán, que eres un Adán guapísimo...? Y dos cosas más: la docilidad con que las mujeres se sometían al escrutinio de trata de blancas (les faltaba mirarles la dentición) y el aspecto de damnificadas en una catástrofe que tenían en el interior de la discoteca: un poquito zombies, avergonzadas, tristes, "yo no soy ninguna puta, San Pedro... Qué bonito artesonado todo de oro, pero me acaban de llamar puta..." Por supuesto, las de la manta por encima eran el centro de atención de todos los varones. ¿Cómo podía competir en misterio y glotonería el arte de los Bernini o los Miguel Angel frente a esas suculentas piezas de carnicería con la marca del pecado en el lomo y autentificadas por el mismísimo Vaticano...? Verace putón certificado, que lo dicen los lectores de la Editorial Vaticana. Bocatti di cardinale. Con todo el morro y el tufo a manoseo de la Iglesia de toda la vida. Esa secta pública de perturbados y psicópatas que tanto se esfuerzan por hacerse querer y que les aceptemos tal y como son... de miserables. No sé con cuál de sus encantadoras iniciativas de integración quedarme, si con este casting popular que digo, o con los divertidos confesionarios/urinarios que pusieron este año en el Retiro. En las ferias te plantan el puching-ball con campana y premio: pruebe su musculatura, presuma de pegada, gilipollas... Ellos, sus cosas: cuéntenos porquerías, desnude su alma... Y lo que usted quiera... ¡Caliéntame, perr@...! Angelitos. ¿A nadie se le ocurrió entrar en uno de esos confesionarios confundiéndolo con un puching-ball...? ¡Zaca! Cura campana... Me pierdo.

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