
En lo que nos dejaron ver del puerto de Ostia no apareció el agua en ningún momento. Por los mosaicos con temas marineros que había por todas partes, el agua estaba cerca. O lo había estado. Y que aquello tenía la pinta de haber sido una buena parada para el comercio, el fornicio y la expansión. Muchas capillitas y un cementerio de lo más respetuoso y cuidado, sí, pero tenían su cine, sus burdeles, su lonja, y unos pinares que daba gloria de verlos y pasearlos. Ah, y un espléndido laurel junto al cine que decía antes (vale, el teatro: véase Cuaderno de Roma 5). Los laureles que tanto prodigaban los romanos en coronitas y premios a sus poetas, aurigas y próceres victoriosos... Desde Madrid, damos hoy las gracias al Puerto de Ostia, a los romanos y al laurel mismo por las
cinco hojas
cinco que robamos y guardamos furtivamente en la guía turística con la ilusión criminal de hacernos unas lentejas a la vuelta. Lentejas imperiales. Qué ricas salieron, "ostia"... Y en lo que respecta a la Puerta de Trilussa, sólo añadir que el lugar se daba cierto aire a la Plaza del 2 de Mayo de Malasaña en su hora feliz más sociable, cordial y digestiva.
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