miércoles, 4 de enero de 2023

NICOLÁS REDONDO: RECUERDOS DE 1988.


 
Vuelvo al "monorrasgo". Un detalle, una personalidad, una cara. Ya lo hice con Luis Tosar y con Pepe Isbert, creo recordar. Hoy, y es lástima, vamos al ojo izquierdo de Nicolás Redondo, que en paz descanse, que acaba de morir. Legendario líder de la UGT y protagonista en su día de la huelga general de 1988, casi me mata el ínclito líder sindical. Llevaba poco más de tres años en Madrid, me había despegado del todo del colegio mayor, vivía (malvivía) por entonces en una vieja pensión en la calle Santa Isabel y estaba muy enfermo. Neumonía, según me dijeron más tarde. Solito en aquel cuartucho y ardiendo de fiebre tras la ventana con mellas en el acristalado. En el delirio, reuní fuerzas para salir a la calle a buscar algo de comida y bebida (galletas, leche), por no decir un poco de calor humano, encontrarme con un conocido que me invitara a un café con leche, esas cosas... Corría Diciembre. Sería un catorce. Todo cerrado a cal y canto desde Antón Martín a Benavente o hacia Atocha, al menos (no conseguí caminar más allá; a la estación de trenes parecía que la iban a bombardear en cualquier momento), y veneno de la policía endemoniada por todas partes. Un Madrid terrorífico. Ni pan ni agua ni cafelitos con leche, y por calor humano el de las sirenas de las lecheras y las miradas violentas de la madera, pendientes de que no nos juntáramos ni en los semáforos ni de que se nos despegara el miedo del cuerpo en ningún momento. Qué mal rato caminando con tiritona y asomando la nariz por las esquinas hasta que volví a la pensión a caerme en la cama inconsciente. Ni Marcelino Camacho ni leches: en mi cabeza estaba usted siendo el único responsable de mi muerte, con sus ojeras achinadas y su sonrisa de bandolero de ricachones. Que yo siga siendo de izquierdas es un milagro, don Nicolás. Pasado el susto, cuando le veía luego en la tele, me daba usted un mal rollo y una paranoia que ríase de los gatos escaldados. Le hizo usted pasar a Raskolnikov el test de estrés de los bancos. No se preocupe (qué decirle), que ya le perdí el rencor y, supongo, aquello me hizo más fuerte. Puta vida, don Nicolás. Que la tierra le sea leve.

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