jueves, 3 de noviembre de 2022

EL BARANDA CÓSMICO

Por su cara de mutante (muta en todas las fotos) y su aspecto de niñato (peor es el Zuckelberg) criado con leche de sirena caucásica, Elon Musk siempre me pareció el principal candidato a Villano Mundial entre todos los millonetis acretinados de hoy en día. No del tipo Hitler o Pol Pot o Stalin, esos antiguos, sino Villano Revolera de dibujos animados siempre buscando su portada, Villano Lisérgico de caprichos descerebrados para minar la moral de la gente: que le corten las alas a todas las mariposas azules, prohibidas las fuentes de chorro vertical de agua, las madres de niñas pelirrojas no podrán entrar en ninguna farmacia bajo pena de decapitación... Un Villano sin paliativos y forradísimo de pasta hasta niveles absurdos soltando declaraciones delirantes que te congelan la sonrisa inicial. Yo no soy de Twitter, pero también algún día irán por mí, así que me solidarizo con todos esos millones de drogadictos. Tener de repente un jefe como Elon Musk te hace pensar cosas, supongo. No para cortarte en lo que escribes, sino para replantearte qué sentido tiene la libertad de expresión más reivindicativa (política, ideológica, ecológica, humanista, etc.) si luego llega un pirado vestido de superhéroe y con veinte catedrales en el bolsillo, y puede hacer del Amazonas el estrecho papel de plata que adorna su belén particular, desde el palacio de Pilatos a la tienda de alquiler de bicicletas en la que ha obligado a pararse a los tres Reyes Magos. Gates, Bezos y Amancio Ortega, que hace de negro por ser español. Un tipo así, insufrible, ultrapoderoso, desquiciado, pidiendo casito a gritos con un megáfono tamaño Júpiter en la oreja de nuestro pobre planeta, de nuestra pobre humanidad inerme a estas alturas de la tontería y la inanidad: que me paguen ocho euros los que quieran ser ellos mismos...


 

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