sábado, 2 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (50º DÍA DE CUARENTENA)


Coincide el día 50 de la cuarentena con el Día de la Independencia, qué bien. Muera el invasor. Abajo el cogonavigus.

Por más que miro el listado de cosas que se pueden hacer en esta fase evanescente de la desescalada no encuentro lo mío. Se puede salir a la calle a pasear, a hacer deporte al aire libre, a comprar al supermercado, a la farmacia, a hacer gestiones al banco... Pero no veo por parte alguna que se pueda salir a la calle a nada.

Nos metemos en sus verbos como trampas para ratones y ahí palmamos. Nos metemos en las casillas de su lenguaje, casi por ser educados, pero principalmente por leerles en absoluto avisados de que son redes semánticas para incautos donde acabamos presos de su compartimentación sistemática de un mundo QUE NO ES EL NUESTRO. Al menos no el mío. Se empieza aceptando su lenguaje y se acaba comulgando con ruedas de molino, o sea, su realidad sugerida, y a la postre impuesta, nunca la "realidad real", que no es tan fácil de nombrar.

Yo no paseo. Yo no hago deporte. Yo camino, y ni siquiera eso, me muevo a la que me canta el culo y de vez en cuando busco a los míos, y casi ni tampoco, para echarme unas risas o unas palabras, de costumbre en un bar, en una terraza, pero también se hace vida en los bancos de dormir o sentarse y hasta en la plaza en cuesta o fumándonos un cigarrito en la acera, que tampoco lo he visto permitido en parte alguna...

Porque se nos está ahumando la idea en la cabeza, tal vez después de tanto encierro, de que lo que no está explícitamente permitido está prohibido, peripecia paranoica esta que nos puede llevar al angustioso infinito de las posibilidades no enunciadas y a la posología inversa de la libertad, con el efecto secundario muy capaz de que nos hagamos bicho bola y ni respiremos por no molestar ni despertar más prohibiciones.

Sí, ando un poco encontradizo hoy con el lenguaje, con el sistema y con su puta madre. A ver lo que me desencuentra la invasión esta de las palabras y de los franceses vigus, que doy muy poco más de mí sin Wittgenstein al lado o sin mi cremita de Lacan por las mañanas.

A lo tonto, con mensajitos comprensibles para todo el mundo, nos están reduciendo a sintagmas predecibles y a simples bolitas de varios colores rebotando en su circuito de contagios como si ese fuera el único libre albedrío al que tenemos derecho, al de contagiarnos al tuntún, por descuidados, inconscientes, o sencillamente pasotas, irresponsables o estúpidos de mierda, actitudes en su conjunto a las que ya están llamando indisciplina, desobediencia, insolidaridad y no sé qué otros tacos más con respecto al Estado, mis semejantes y las "actitudes no colaborativas". Que yo no es que quiera contagiar a nadie el virus que probablemente no tengo: yo lo que quiero es que el SISTEMA se olvide de mí un par de siglos, como antes.

Porque no estoy dispuesto. Tampoco podría escribir "indispuesto" sin que desaparezca toda la gente que se acerca al blog asustada por mi indisposición... Porque no estoy dispuesto, decía, a quedarme bicho bola dentro de sus verbos contenedores de órdenes. Y no es temeridad ni insumisión ni hostias. Son sus verbos. Pasear. Hacer deporte. Están muy lejos del peligro real del virus, que ese sí que no entiende de lenguaje. Son esos verbitos los que me están levantando ampollas en la épica.

Buenos tiempos para las palabras súbditas y aborregadas, sí. Magníficos.

¿A que "circuito" debería ser un diminutivo? Y "colapso" un refresco de cola.

Lo que me cuesta a mí escribirlo y lo fácil que le sale a Savater, parafraseando a Thomas Szasz, al menos una parte de lo que quería yo expresar antes tan pobre y alambicadamente:

"El empeño del Estado, ese ogro filantrópico, es lograr que renunciemos a la autonomía personal para disfrutar de su protección sin sentirnos responsables, es decir culpables o amenazados... por nosotros mismos. Del Estado policial de los colectivismos vamos pasando al Estado Clínico democrático, que no impone la ideología sino la curación."

Macarrones ecuménicos para todo el mundo, que no clínicos.

3 comentarios:

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  2. Estupenda entrada. Gracias por saber verbalizar los negros pensamientos que me infectan la alegría tonta que me entra por la mitad del tercer cubata. Los tíos –sean quien sean estos parientes- no solo nos están compartimentando el desescalado con habitaciones extrañas, sino que están lubricando nuestros de cerebros con grasa de la buena para que nos autodiseñemos un futuro acorde. En las playas, entre metacrilato, espetadas de tres y mucho pasear, hacer deporte, surfear y bien firmes delante del segurata, que es el que sabe –vista como vista este velador nuestro-. En tu pueblo, ya sabes, los paseos en burro dentro de una carcasa. El burro-móvil... Ya lo vamos construyendo dentro, que es donde importa.

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  3. Gracias por comentar, Luis. En mi pueblo, Mijas, los burros se autolimitan el aforo. Les basta echar una ojeada al guiri de turno para calcularle el peso con precisión de báscula de yonqui: como el aspirante a viajero se extralimite, sea por lorzas o por ombligo orbital, rebuzno crítico y cabezada, o sea, lo va a llevar su santa madre, que probablemente esté disfrutando de la ausencia de su hijo en Colonia, Munich o aledaños.

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