lunes, 13 de octubre de 2014

BONATESTA



Desde que el representante de Lavapiés, Anand, perdiera el campeonato del mundo de ajedrez contra el vikingo on the rocks Carlsen, aquí no se ha vuelto hablar una palabra del juego arte. Por purito dolor. Ni siquiera cuando las olimpiadas. Pero estos meses nos ha llamado la atención los golpes de mano de una nueva estrella emergente en el universo escaqueado ("universo escaqueado" suena lo mismo a Borges que a Ibáñez, pero es por la cosa de los escaques), el italo-americano Fabiano Caruana. Gran Maestro a los catorce (como todos los predestinados, según parece), juega con la bandera italiana pudiendo estar más patrocinado que una discográfica de Miami (donde nació) con la de EEUU. Y ese puntito romántico de ver a Italia (¡forza!) dando una inusitada estopa por esos torneos de dios tan estirados y circunspectos es algo fantástico. De veinte minutos de aplausos y Mastroiani gritando "¡Gitanos! ¡Gitanos!...". Rusos, ucranianos, letones, búlgaros, chinos, yugoslavos y estonios han besado la lona tras el rigoletto de hostias que les ha propinado Fabiano. Y sí, un italiano. Al ajedrez. Los españoles nos llenamos la boca con nuestro Ruy López de Segura (extremeño del XVI), pero es que los italianos también la liaron parda con Salvio, Polerio y, sobre todo, el Greco, más conocido por su nombre de guerra, El Calabrés, que dejó sembrados de cadáveres los tableros de media Europa en las inmediaciones del XVII. Luego hubo que esperar a Stefano Tatai en el pasado siglo (el hombre ronda ya los ochenta) para ver una violencia así de parte de un italiano jugando a esa cosa tan fina del ajedrez... Hasta este chavalote que digo. Me he descargado unas mil partidas suyas y hay de todo y muy entretenido, no como en Carlsen, que no paras de escuchar la información metereológica de radio Oslo; un ajedrez alegre y atrevido igual con blancas que con negras, tarantelas en el medio juego y allegros de Rossini con la reina enemiga asomando por las almenas del enroque con las trenzas en llamas. Y por ese mismo estilo de juego tan arriesgado y faltón, tan anárquico a menudo, al amigo Caruana también le cae de vez en cuando una rociada de aceite hirviendo encima que me lo deja con el pelo así, tal cual está en la caricatura. Frito. Como la vida misma. Y un gusto seguirlo. Ahora se está batiendo el cobre en Baku, y va en cabeza empatado con Gelfand. Si no se le tuercen las catapultas, si no se le va el aura de metafísico bohemio en cualquier ducha de hotel (los rivales más veteranos se le apartan por los pasillos como si se les apareciera Franco Battiato con una cuchilla de afeitar y cantando bajito), pronto será el que le dispute el cetro mundial al gintónic aguado de Carlsen. El segundo contra el primero. ¿No dije que Caruana ya es el segundo del mundo en el ranking de la FIDE? Pues sí. Con veintidós añitos. Vuelve la Ópera. Y Malatesta. O al revés. Así que no me resisto a poner una fotillo suya de cuando era un pipiolo, por si alguien quiere comenzar la semana con esos caracoles en la cabeza. Si el pesimismo tiene su estrategia, el optimismo tiene sus tácticas. ¡Zaca! ¡A por el lunes!

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