domingo, 22 de diciembre de 2013

LA MADRE DE BAMBI (3)


3

            Por uso y abuso de maletines y pelos engominados, las diferencias entre un representante, un comercial y un político no son muchas. Tampoco entre un representante, un mánager y un parlamentario. O entre un representante, un apoderado y un ministro. O entre un representante, un comercial, un portavoz, un charlatán, un comisionista y un médium de la soberanía popular: “El pueblo me ha hablado...”. O entre toda esa mierda húmeda y un diputado a secas.
           
            El comercial de tus libertades.

            Sin metáforas.

            El vendedor que está para satisfacer tus necesidades como ciudadano por delegación, representación y encarnación.

            Porque si quieres ser un miembro respetado de tu comunidad, ese será el tipo en el que tendrás que introducirte como en una funda de moto. Ese es el cuerpo social en el que estás obligado a encarnarte a través del voto vudú.  Y ya sabes que la variedad de fundas de moto va a ser escasita, votante. A no ser que quieras encarnarte en un comercial vegano, un comercial camello, un comercial desquiciado en terapia de grupo de elecciones, o alguno en proceso de rehabilitación por consumo de piedras filosofales, los comerciales que te van a ofrecer serán todos bastante estereotipados. Como su propio nombre indica, tipos en estéreo para que suenen lo mismo los girondinos que los jacobinos, y a las mismas revoluciones: ninguna.  Así que elige tu funda de moto con gafas Rayban, elige a tu lechero clon, elige a tu político mellizo, elige a tu representante sarnoso, a tu comercial atildado, depredador y mentiroso en unas elecciones con listas cerradas de muertos vivientes y vividores de la representación... y serás un Hombre.

            Duele que no haya diferencias apreciables entre los comerciales de derechas y de izquierdas, pero no estamos hablando de sueños, sino de vender. Y son las siete de la mañana, elector. Esos comerciales son pedazos de carne entrenados para enriquecerse a sí mismos y a la firma que representan, pero ya sé que en tu temeridad de abrir la puerta a esa hora de la mañana eres tan iluso que necesitas que allí aparezca alguien que te dé buenas vibraciones. Y si no son de sonido, que el timbre es el mismo, al menos quieres que sean vibraciones cromáticas. La llamada de tus colores. Porque tu vinculación ideológica con el lechero impostor busca integrarse en la gama pantone de tu concepto de la Democracia y de la política toda, tu cuento personalizado, azul, rojo, morado, celestito, magenta, rojigualda, naranja o arco iris... Como Picasso, los partidos políticos saben pintarte el monigote político que quieras con cuatro brochazos de demagogia, y ahí aparecerá en tu puerta el ectoplasma, el lácteoplasma, tu Lladró de la Democracia en su cartel de lechero Ding Dong o en su mitin de líder mundial hablándote indudablemente a ti. El comercial que precises. La pastorcilla lechera que deseabas. Tu Miguel Hernández Transformer. Tu José María Pemán Power Ranger. Hablándole a tu corazón de nítidos colores y a tu mundo interior profundo de ciudadano honesto y concienciado. Tu etapa azul. Tu etapa rosa. Tus años de bohemia. Tu consolidación. La paz universal y tú. La vida y nosotros. El comercial y tú. Vótame. Vótanos...

Pero si piensas que un lechero mutante tiene algo interesante que decirte de madrugada, o si piensas que un color te representa por completo, mereces conocer la verdad antes de seguir leyendo, porque si ya es malo que votes a un lechero maquiavélico, lo peor es que tu lechero puede ganar...
           
Y el que desaparece en esa pesadilla de madrugada eres tú.
           
Plop.
           
Se acabó tu condición de ciudadano porque sólo lo eras a condición de que votaras.

El que queda es el lechero.

Tú ya dejaste de participar en la Democracia Lechera y ahora debes asumir tu nueva condición de primo.

Primo en tu maltrecha autoestima, sí, pero puedes consolarte con que también te han hecho un poquito padrino.

Telepadrino.

Por las cosas del voto vudú, acabas de convertirte en el telepadrino candoroso de un trepa con choza en las Cortes, el templo sagrado de la Democracia con leones, a miles de kilómetros de distancia. Y como a todo telepadrino ilusionado, tu voto te da derecho a ver alguna grabación de las redacciones escolares de tu comercial caníbal en la tele, alguna de las pagodas que inaugura con tu dinero en una rotonda de la selva, alguna foto en los periódicos en la que podrás comprobar su progresivo enriquecimiento y cómo se le va hinchando la barriga a tu apoderado antropófago... Y para ya de contar, porque no sabrás más del lechero al que votaste hasta que vuelva a pedirte pasta dentro de cuatro años o, lo que es lo mismo, hasta que renueves tu carnet de telepadrino melancólico.

Abridor de puertas de madrugada.

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