sábado, 17 de septiembre de 2011

CUADERNO DE ROMA (17)

Desde el monte Capitolino buscamos sin éxito la Roca Tarpeya. No la encontramos. Normal. Estuvimos todo el rato sobre ella. Una piedra desde la que se arrojaba a los traidores a Roma. Kaput. Precipitación al vacío. Uno menos. La cosa comenzó con la propia virgen vestal Tarpeya, que traicionó a los romanos abriéndoles las puertas del Capitolio a los Sabinos a cambio de las joyas que llevaran sus soldados en el brazo izquierdo, que solían ser brazaletes de oro. Pero la chica lo pidió mal y no especificó: pidió "lo" que llevaran en el brazo izquierdo. En ese malentendido, los desagradecidos sabinos la sepultaron bajo una cascada de escudos (los de defenderse, no los portugueses), que también solían llevar en el brazo izquierdo, y luego la tiraron por el despeñadero que hoy lleva su nombre. Y hay que bajarse de ahí (despacito) para ir al Coliseo, por ejemplo, si quieres ver la propia roca, que hoy en día no es tal, sino un desmonte de narices. Chof.

No hay comentarios:

Publicar un comentario