MI BARRIO (38)
A la llegada de megáfonos de todos los veranos en mi barrio lo llaman verbena y se nota que es fiesta por el ruido y porque ves niños que nunca han ido de la mano y también se les nota, a ellos y a los padres, que se montan en sus zapatos nuevos sin saberlos conducir muy bien y acaban raritos parados delante de una tómbola. Los megáfonos y los dráculas se llevan lo mismo con el sol y también te chupan la energía para que te quedes mirando una cafetera en su caja como si fuera Dios en un frasco. Tú y cuatrocientos más con un papelito roto en la mano. Luego hay manzanas verdes en los mostradores de la calle como si la gente comiera manzanas verdes cuando se está divirtiendo muchísimo, y salchipapas. Las salchipapas son el cubo de basura de un muñeco y los bocadillos de panceta los trapos con los que limpian la roña de las sardinas en la plancha. También están las bombillas en circuito de hasta aquí te puedes reír, por racimos, y un escenario vacío con un niño perdido esperando su megáfono de seguridad o su pederasta, mala suerte. Al día grande de los niños sin padre y las sardinas con más humo lo llaman el día del patrón, que suele ser un santo o una santa en polaroid. Al patrón de nuestros megáfonos dráculas le llaman San Lorenzo y lo trae y sobreviene de un trastero del ayuntamiento un polaco amigo mío. En furgoneta. A las ocho de la tarde lo vuelven a sobrevenir por debajo del circuito de las bombillas y el santo de la parrilla encima de un sofá de claveles, waka waka, barra libre de vudú y fotitos de los gilipollas que nunca faltan en mi barrio, que es muy de gastroenteritis de salchipapas cuando aparece algún concejal acojonado y vestido de tonto, viva San Lorenzo, queda inaugurada esta rana, esta carrera popular de tironeros, este barrendero borracho.
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