jueves, 15 de febrero de 2007

ISLAMOFILIA


Desde que me he enterado de que las mujeres adultas de religión islámica lo primero que hacen es enseñar el óvalo en público, estoy un poco desconcertado... Qué un poco. Estoy estupefacto. ¡El óvalo! Chico, yo tardé siglos en ver una teta, y era de una mujer adulta de religión turista en una playa. Y ahora, de repente, hay mujeres que enseñan el óvalo por ahí sin parar y con el consentimiento de los maridos, novios, hermanos y padres... Qué despiste lo nuestro con las otras religiones. Los budistas, gordos; los chinos, de Confucio; los senegaleses, del Barça... A las monjas domésticas, las españolas, sólo se les ve la cara, pero de pronto dicen que las mujeres musulmanas, que más o menos visten igual, van todo el día por ahí enseñando ¡el óvalo! Mañana me tengo que fijar mejor en las que hay en el barrio, no sea que enseñen de pronto el óvalo y me lo pierda. ¿Lo habrán estado enseñando en secreto aunque la norma diga que lo tienen que hacer en público? ¿Cómo se explica que no lo haya visto nunca? Y sobre todo ¿cómo pueden soportarlo los hombres sin caer enfermos? Supongo que la felicidad va por dentro y que el islamismo también enseña contención de las emociones. Sabia religión. Tengo que preguntarle a mis amigos Larbi y Said. Tánger y Tetuán. Ni un sólo día más sin ver un óvalo de esos, con lo guapísimas que son algunas aunque sólo se les vea la cara, casi como a las monjas domésticas nuestras... Las más guapas, por lo que dicen, de Fez.

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