domingo, 26 de abril de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (44º DÍA DE CUARENTENA)


Llevo despierto desde las cinco de la mañana. Ningún ruido en la calle. Ni entonces ni ahora, que salgo al balcón a respirar un poco de esa luz gris de domingo que he visto por la ventana del despacho, mucho menor que la luz histérica de la pantalla del ordenador. Pote de café negro bien cargado sin azúcar y un cigarro también negro y fuerte para ver la calle vacía acodado en el antepecho del balcón. Soy un guardabosques miope, un farero de agua dulce a punto del tercer sarcasmo comparativo cuando oigo el ruido atronador abajo... Son dos niñas con cola de caballo subiendo la calle sobre dos minúsculos y ensordecedores patinetes, las hermanas veloces con su madre detrás, empujando un carrito de bebé también estrepitoso, el hermano pequeño y aún dependiente en su vehículo lunar a tracción materna... Casi se me cae el cigarro de las manos. Voy a aplaudir desde arriba. El corazón a cien y estoy a punto de aplaudir desde lo alto, justo en la vertical de esa familia Robinson que pasa por debajo cuando una de las niñas increíbles se detiene y grita, volviendo la cabeza hacia su madre:

-¡¡Estamos solas en la calle, mami!! -y se descojona.

Veo cómo se aleja la familia feliz sonora y cómo desaparece en la esquina de Argumosa. Yo también me siento feliz y sonoro, respiro profundamente, y regreso adentro a escribir esto. En cuanto vuelva a escuchar a otro niño feliz y sonoro en la calle mando a la mierda este diario... ¿En serio? Calada al cigarrillo... Lo que te gustaría es ser ese niño abajo... Ahora te toca estar arriba, de guardabosques miope, pero mucho más feliz y sonoro que antes. Irá pasando la mañana y pasarán millones de niños supervivientes por debajo. ¿A qué altura de niño alegre vas a comenzar a aplaudir? Hoy es el primer domingo del final del fin del mundo.


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