domingo, 12 de abril de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (30º DÍA DE CUARENTENA)


Los analistas políticos de ultraderecha ya han comenzado a trabajar un día antes que los servicios no esenciales, que parece que lo harán mañana. Lo que antes les parecía una chuminada de izquierdas, el aplauso de las ocho, por compararlo con la lucidez de su convocatoria de cacerolada al gobierno, que ni estuvo ni se la espera, han sacado una repentina conclusión de tacticismo partidista que hace temblar el misterio: visto el apoyo popular que siguen teniendo los sanitarios desde los balcones, el próximo médico que se presente a las elecciones arrasa, vamos que si arrasa, y así se lo han comunicado a su líder, Pablo Casado, que por fin se ha decidido a emplear todo su talento y todo su esfuerzo exclusivamente en el bienestar de los españoles y se ha matriculado esta mañana en la carrera de Medicina llevado literalmente a hombros por esos analistas que digo, que para luego se nos adelantan los rojos... Sí, un domingo por la mañana. No pasa nada. Esta tarde antes de las ocho ya tiene el título, dos años de Mir y su bata de cirujano jefe.

Vuelven a repuntar los muertos. Estamos otra vez por encima de seiscientos. Como si se estrellaran tres aviones de nuevo. En la lista de pasajeros muertos aparecerán sus nombres y sus apellidos, pero también debería aparecer una breve glosa de lo que cada uno hizo en la vida y de lo que deseaba hacer todavía... Jodidos por un puto virus inconsciente...  Eso es lo que se debería leer en las portadas de los periódicos... De acuerdo, no habría sitio para más, ni en la portada ni en el interior, lo sé, pero es que no habría ninguna otra cosa de mayor importancia que esos muertos y sus glosas. En atención a los que salen pitando a su puta "segunda residencia".

Y por salir yo de estas mezquindades que se me han metido en la cabeza, y por alusiones y afinidades: "Residencia en la Tierra" y "Hojas de Hierba". Neruda y Whitman. Del primero, un pedacito de poema y una referencia a salir de casa cansado, furtivo, a tus sitios favoritos, para luego sospechar que pasa algo con las peluquerías, como en el Estado de Alarma en España durante esos primeros días tan confusos:

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.

Y del segundo, mucho más físico que el embajador chileno y con barbas divinas, encima, pensar en lo mal que le iría hoy en día en su querida tierra de la libertad si se dedicara, como acostumbraba, a alentar besos y abrazos por los pueblos. La apuesta es acerca del color del bigote del sheriff que lo encarcele antes o con qué calibre desmesurado le reventaron la cabeza en una gasolinera.

Durante estos días luminosos de nuestro querido confinamiento, creo que podría leer sin peligro a Neruda, el de amplios paisajes a menudo, incluso a Jack London, más amplios aún y más salvajes, pero no a Walt Whitman: su amplitud metafísica, su universo más allá de un simple universo me recordaría demasiado que no puedo dar la vuelta a una esquina de mi barrio sin lucir un mezquino cartel en la frente que diga adónde me dirijo, casi como el letrero con el precio que le obligan a llevar a un esclavo en su peana de mercado. ¡Pero salvas vidas sintiéndote orgulloso con tu mezquino cartel en la frente, querido! ¿Ese no fue el argumento de los sudistas para que los esclavos no se revelaran durante la Guerra de Secesión norteamericana? Y volvemos a Whitman. ¿Estaría él de acuerdo en quedarse en casa para salvar vidas y en ir exclusivamente a comprar pan sin poder hacer una cabriola en el aire como en una película en blanco y negro de Harold Lloyd? Por supuesto que estaría de acuerdo. Y te quitaría las tonterías de una hostia. Él fue enfermero en esa guerra de la que hablas y tú no, gilipollas.

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