LA MATRACA
De natural me sale muy poco el machista que nos presuponen las mujeres a cualquier hombre por el hecho de serlo, ese pecado original en los cromosomas. Poco, poquísimo, y yo diría que nada, aunque no pongo la mano en el fuego si me someten a uno de esos interrogatorios de feministas radicales en los que por invitar a cenar a una mujer deducen que hemos matado a Rosa Luxemburgo siete veces riéndonos a carcajadas de prepotencia. Con todo, y por no pecar de tan poco abusador, digamos que estoy a la par en machismo con Ana Pastor, la periodista, por ejemplo, y eso que ella es más hombruna que yo. O sea, cero culpable, ni por pensamiento, obra u omisión. Así que estoy con las mujeres en sus reivindicaciones de igualdad y, por supuestísimo, a favor de la justa nivelación en derechos y sueldos, e incluso en la sobreprotección legal a las féminas en los casos concretos en los que el machismo pasa de castaño oscuro. Ojo: la violencia de género (ese eufemismo) o los asesinatos de varón a hembra son otra cosa que machismo: ahí hablamos de alimañas criminales con la coincidencia de pito... Pero si vuelvo a escuchar otro "compañeras y compañeros", "españolas y españoles" o "ciudadanas y ciudadanos", ya sea en boca de uno, de une, o de una, voy a empezar a ceder asientos a mujeres jóvenes en el metro que me van a tener que disparar desde un landrover para detenerme. De todo se sale menos de la tontería obsesiva, y me da a mí que esta matraca de ultra correctoras a todas horas y en todas partes está fabricando más machistas que el anís del Mono.
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