viernes, 17 de junio de 2011

MADERO Y YO

ANTIDISTURBIOS

Madero es grande, peludo, áspero; tan duro por fuera, que se diría todo de hierro, que no lleva corazón. Sólo el espejo de azabache de su casco es de plexiglás, cual un escarabajo de cristal blando.

Lo dejo suelto y se va a la mani, y acaricia tibiamente con su porra, rozándolas apenas, las cabecillas rastas, rapadas y punkis… Lo llamo dulcemente: “¿Madero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo de esposas ideal…

Come cuanto le doy. Le gustan los carnets de identidad naranjas, los pasaportes moscateles, los permisos de residencia, con su cristalina gotita de hiel…

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra… Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas barricadas de la plaza, los hombres de la ciudad, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

-Tiene acero…

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