EL ISOCARRO DE JUAN JAMÓN
El isocarro es pequeño, cojonudo, grave; tan blando por fuera, que se diría todo de latón, que no lleva hierros. Sólo los espejos de desguace de sus retrovisores son duros cual dos escupitajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al solar, y acaricia tibiamente con su guardabarros, rozándolas apenas, las inmundicias rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Isocarro?”, y viene a mí con un ralentí alegre que parece que se ríe, en no sé qué concesionario ideal…
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