COMO SI LEER MUCHO ADELGAZARA.
En el carbono catorce de un gordo niño muerto hay una videoconsola de sílice con una pantalla disecada en un abismo de ciencia ficción, un móvil táctil que hacía pajas en prepago, un muro de Facebook con gatitos, futbolistas transformers y niñas preputas, el último piar de un twitter (me llaman para comer), una montaña rusa hecha con ataúdes de hamburguesas, un cibercafé con forma de caja de pizzas, un espejo tapado por un póster de Justin Beaver, un profesor de gimnasia viejo y miope, un padre inmaduro, cervecero, desgraciado, una madre neurasténica, autista, desgraciada, y unos amigos gordos, desgraciados y felices. Echarle la culpa a la vida moderna de que los niños estén gordos es echarle la culpa a la lluvia de que haya resfriados. Ponedles un dientes de sable (de otra época) corriendo detrás de ellos continuamente y ya veréis cómo adelgazan... Arriba, el dispositivo metálico y ergonómico que ya inventaron las abuelas contra las grasas industriales, la adiposidad, la anorexia y la tontería pasiva de comprobar en uno mismo la expansión de la materia. La cuchara en sí no engorda. Es la actitud. Leer en sí tampoco adelgaza. Es la actitud.
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