miércoles, 5 de febrero de 2020

OJO DE LINCE, FERNÁNDEZ-SANTOS. LA CRÍTICA A "TOTAL"



Total, nada


No siempre es buen negocio en cine partir de una buena ocurrencia. Ni siquiera cuando se trata de cine para la pequeña pantalla, que suele tener mangas mayores que la grande.En efecto, una buena ocurrencia, como punto de partida de una película, exige inapelablemente al guionista y al director estar, como mínimo, en las secuencias posteriores a la altura del comienzo en lo relativo a inventiva. De lo contrario, el relato irá necesariamente cuesta abajo, hacía el naufragio.
Total es un telefilme escrito y dirigido por José Luis Cuerda, que fue emitido la noche del pasado lunes y que representará a TVE en el Festival de Montecarlo. La película tiene algo menos de una hora de duración, y de esta hora, en rigor, sólo se salvan los cinco primeros minutos, en los que Cuerda nos sitúa ante una ocurrente y chusca versión del fin del mundo, para después abrir la caja de las rutinas y abrumarnos a los espectadores con una epidemia de ellas.
La ocurrencia inicial, aunque de brocha gorda, despierta la voracidad visual del espectador y le crea bastantes expectativas. De otra manera, la singularidad del comienzo le abre el apetito de más singularidades, pero éstas nunca llegan. Peor aún, se percibe en el guión y en la dirección de Total un esfuerzo perfectamente inútil por darnos como cosas originales lo que sólo son tópicos; por damos como insólito lo sabido; por darnos como gracioso lo soso. Y quienes han despertado nuestra voracidad nos dejan con la boca abierta y sin nada dentro, defraudados e insatisfechos.
La originalidad del arranque de Total no encuentra después un desarrollo hacia arriba, no crece, no hace engordar los kilos del interés del espectador, y éste se va desinteresando poco a poco del tinglado. La correcta, simplemente correcta, realización e interpretación se queda de esta manera en una corrección sobre el vacío. Total, nada.
En un relato filmado, lo que no crece, muere. Es ésta una ley inapelable de la cartilla dramatúrgica. José Luis Cuerda, una vez que ha captado el interés del espectador en la secuencia inicial, se va por las ramas de un relato mal desarrollado, indeciblemente torpe e ingenuo, sin sentido de la argucia argumental, de factura horizontal, chata, sin inventiva en ascenso, carente de ritmo y de tiempo interior, por lo que, a medida que avanza, desciende inexorablemente hacia las raíces del bostezo.
José Luis Cuerda comete varios errores graves, a mi juicio. El primero es que dispersa en exceso la acción entre una docena o más de personajes, por lo que pierde toda posibilidad de intensificar y vertebrar la acción sobre alguno de ellos cuando lo necesite. Y cuando esta necesidad llega, el esfuerzo de intensificación resulta impotente, se frustra y no hay vertebración posible del cuento, que se agota en salvas de pólvora mojada.
El segundo es que pretende crear un clima de apocalipsis chusca, y ni logra apocalipsis alguna, ni ésta tiene la menor gracia cuando pretende existir. Los planos de dos o tres muros que se derrumban -símbolo apocalíptico muy rudimentarío- están muy mal rodados, carecen de evidencia, son cutres y parecen obra bien de un presupuesto paupérrimo, bien de un equipo de efectos especiales que podría dedicarse a otro oficio, o bien de ambas cosas a la vez.
Pero si no hay clima apocalíptico, menos todavía hay gracia en este supuestamente chusco final del mundo. Hay una concepción del gag exclusivamente verbal, cosa de por sí empobrecedora, pero es que, además, esta concepción del gag como chiste verbal ni como tal se salva, pues los chistes son malos de solemnidad.
Veamos estas tres guindas extraídas entre docenas: "¿Estás con otro hombre?", pregunta, alarmado, el rico amante a su querida, y ésta responde: "Que no, que yo sólo me prostituyo contigo". Y luego, el amante: "Toma 600.000 y vámonos al catre". Y, para remate, la querida otra vez: "¡Ah, no, que luego se aparece tu mujer, y es un corte!". O este diálogo entre dos jóvenes: dice él: "¡Ea, que ya no te quiero! Dóminus vobiscum". Contesta ella: "Et cum spiritu tuo, cuerpo saleroso". O la excelsa frase que cierra el filme: "¡Volver aquí, que os vais a perder el juicio final, gilipollas!". Originales diálogos, pues es imposible que sean peores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de diciembre de 1983

PARA QUÉ SIRVE LA CRÍTICA DE CINE. LA QUE LE HICIERON A "AMANECE, QUE NO ES POCO"


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CRÍTICA:CINE

Ideas sin imágenes

Después del éxito de El bosque animado, uno de los más notables del cine español reciente, José Luis Cuerda debiera habérselo pensado dos veces antes de filmar su siguiente guión, Amanece, que no es poco. La solidez de El bosque animado proviene de la del guión que hay bajo ella, en el que el pretexto literario de Fernández Flórez obtuvo una expertísima traslación a imágenes por el guionista Rafael Azcona. Sobre este suelo, Cuerda pudo caminar cómodamente con su cámara y salir airoso de un trabajo dificil sobre el papel.Ahora, con Amanece, que no es poco, Cuerda se ha propuesto sacar adelante algo más complicado: una película de ambiciones corales en la que se entrelazan decenas de esbozos de personajes y situaciones, con presencia casi constante de varios intérpretes en la pantalla, en la que pretende conjugar sainetes, chistes, situaciones de corte surrealista, y todo ello, además de con tono de búsqueda de autoría y sello propio, adornado con ecos, más o menos lejanos, del cine de Buñuel, Berlanga, Fellini y en aspectos concretos del de Vittorio de Sica en Milagro en Milán.

Amanece, que no es poco

Dirección y guión: José Luis Cuerda. Fotografia: Porfirio Enríquez. Música: José Nieto. España, 1988. Intérpretes: Antonio Resines, Luis Ciges, José Sazatornil, Cassen, Pastora Vega, Ovidi Montllor, Chus Lampreave, Manuel Alexandre, Miguel Rellán, Rafael Alonso, Queta Claver, Antonio Garnero, Aurora Bautista, Gabino Diego, Violeta Cela. Estreno: Proyecciones y Torre de Madrid.

Coro y desfile

No logra Cuerda su propósito, ni podía lograrlo, por dos causas graves. Una consiste en que el carácter coral de su película es sólo epidérmico y aparente: hay, en efecto, muchos personajes, pero no existe en el filme un verdadero engarce orgánico entre sus respectivas funciones, de tal manera que la multitud de tipos y situaciones no componen la piña de un coro, sino un desfile invertebrado, pues sus respectivas historietas no se combinan recíprocamente conformando una sola, sino que se suceden una tras otra sin unidad alguna.La segunda causa es de medida y de graduación. El espectador ríe durante los primeros minutos del despliegue de anécdotas, pero poco a poco la fuente de la risa se va debilitanto y a media película se agota y desaparece. El desequilibrio del guión es grande y candoroso. Con un mínimo de autoprotección, Cuerda debiera haber dosificado recursos, administrado y ordenado gags -casi siempre verbales y no visuales, pues la abundancia de ideas contrasta con la escasez de imágenes- de menos a más.
Pero Cuerda no lo ha hecho así y su filme paga caro este mortal descuido: a fuerza de ver una y otra vez la mecánica interior de los chistes, éstos, por acumulación desordenada, se vacían progresivamente de gracia, la película pierde vértebras y rumbo en sus tramos finales y, cuando debiera elevarse, cae en picado y naufraga.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 20 de enero de 1989