martes, 5 de mayo de 2015

JESÚS HERMIDA EN EL CORAZÓN


Hace ya más tiempo del que quiero acordarme que trabajé con Jesús Hermida y su mujer (Begoña) en cierto departamento de programas especiales. Mi función, con la de mis compañeros de guión, consistía en pergeñar elementos de ritmo, situaciones cómicas, disparates varios y despropósitos visuales divertidos que aliviaran el peso de las entradillas de los presentadores durante unas tres horas de televisión con todo su tráfico de artistas de más o menos fuste y la tropa de vídeos que no podía (o sí) entrar a capón. Hermida, Jesús, solía asistir a estas reuniones de guionistas hiperventilados sin sentarse en la mesa principal, atento a las propuestas con las que abrumábamos a Begoña, jugueteando siempre con un cordoncillo o un llavero en una silla aparte, respetuoso, con la sonrisa puesta de estar pasándoselo bien y sin perderse detalle, como un oyente en una mesa redonda de sabios, pero de chimpancés con gafas en nuestro caso. Una presencia callada que al principio imponía, pero a la que nos acabamos acostumbrando. Una presencia que acabamos agradeciendo. Porque cuando la estampida de neuronas profesionales comenzaba a languidecer y orillar en negativas de producción o imposibilidades técnicas (no, no podéis quemar a Liborio García, arrojarlo desde un tejado y pretender que luego siga presentando la gala tal cual), ahí escuchábamos la voz ¿mítica? de Jesús retomando algún gag que le había gustado o proponiendo la pirueta surrealista que le había sugerido alguno de nuestros desbarres de guión. Un salto en el vacío mayor que el de Liborio. Un riesgo televisivo mejor que el más atrevido de los nuestros... Y éramos atrevidos de la hostia. Begoña se echaba las manos a la cabeza, nosotros soltábamos la carcajada, y los de producción o los de contratación artística se miraban unos a otros pidiendo por dios tiempo muerto. Ese era Jesús Hermida. Y tres momentos que guardo en mi corazón. Cuando fue perdiendo color hasta quedarse en blanco y negro en una sobremesa con macarrones y empezó a hablarnos de su relación con la luna... Cuando se me acercó a mi mesa de trabajo por primera vez en todo ese tiempo, me dijo que acababa de leer mi novela ("El Loco Wonder"; se la había regalado a Begoña, no a él) y que estaba completamente loco... Y esa otra mañana en que tres vigilantes jurados me tenían acorralado contra una pared (les faltó encañonarme) sin dejarme subir a trabajar a un programa que ya no tenía nada que ver con el departamento de especiales (era un directo, llegaba tarde) y entonces apareció Jesús Hermida, sonriente, impecable: "Cristóbal, ¿qué has hecho ahora...?"... Me echó la mano por el hombro, los jurados se cuadraron militarmente, y salimos de allí juntos charlando como si tal cosa y como si no hubieran pasado años y años desde nuestra última reunión de escaleta... Ese era Jesús Hermida. ¿Su última y acomodaticia entrevista al rey? Qué rey. Qué cojones me estás hablando del rey. El rey era él... Veré si aún conservo el teléfono de Begoña y la llamaré. O no. Demasiada gente aturdiéndola hoy. Te acompaño en el sentimiento, niña. Descansa en paz, Jesús.