lunes, 7 de enero de 2013

ADIÓS, GUAPA. ADIÓS, DEMOCRACIA. BELLA CIAO, BELLA CIAO, BELLA CIAO CIAO CIAO...


Ayer hablaba con fuerza Manuel Vicent en El País de la resistencia activa contra la tiranía de estos tiempos oscuros. El ejemplo romántico era el de la resistencia francesa contra la ocupación alemana en la II Guerra Mundial. Y la metáfora, más o menos, era el sabotaje a un tren cargado de armamento para los nazis de hoy en día, si eres capaz de reconocer su ruta en las páginas económicas de los periódicos. Y, cómo no, silbar el Bella Ciao después del descarrilamiento, alejándote en tu bici de partisano. Era su propuesta, en metáfora, pero sin perder esa actitud heroica. La resistencia y el sabotaje a la ocupación financiera, a la manipulación informativa, la dictadura del dinero, del analfabetismo; la resistencia a esta nivelación moral a la altura del sobaco de una serpiente en la política, en las instituciones y en la propia gente, de puro pánico. Esas cosas tan poéticas y potentes de Vicent cuando se enciende como un Sorolla, aunque luego languidezca quince domingos hablando de verduras y aceititos. Y está bien que se propongan esos referentes heroicos cuando  te da la impresión de que los que se bajan de las lecheras en Madrid ya no son los antidisturbios, sino la Wehrmacht. Aunque resistencia ya la hay, y tengamos ya los primeros muertos (todos de nuestro lado; y el que sea tan iluso de contar exclusivamente los suicidios de los desahucios merece estar con el gobierno colaboracionista de Vichy), sólo es una resistencia más simbólica que efectiva, y que se concreta en sus formas más contundentes en sentadas musicales (aplausos cinco lobitos), huelgas tuteladas (con servicios mínimos del 90%), manifestaciones de senderismo colectivo y compact disc (premio al eslogan más divertido) y coreografías gremiales (el talent show de los uniformes de trabajo). Un hermoso  y variado voluntarismo que todavía no ha alcanzado la incandescencia (esa resistencia en un infiernillo) de un tren financiero ardiendo en llamas. Por seguir con el ejemplo de Vicent. Ese sabotaje tras el que silbar el Bella Ciao. El ejemplo más desolador de estas esforzadas iniciativas de aguachirri es la plataforma “Salvemos la Hospitalidad”. Con respeto por la iniciativa -es más de lo que yo hago-, pero con rabia por el eufemismo, que rima con buenismo. El gobierno de Vichy quiere meterte preso si eres amigo de un judío (un “sin papeles”) ¿y tú escribes en una pancarta “Salvemos la Hospitalidad”? El cenaoscuras de Gallardón quiere meter en la cárcel a tu abuela si le alquila una habitación a un judío ¿y tú sales a la calle con una turuta de carnaval? Les están metiendo chips subcutáneos a los negros (la estrella de David fosforesciendo en la oscuridad), tú como escuchando llover ("Salvemos la Hospitalidad", o sea) y es la puta noche de Los Cristales Rotos... ¡Me cago en la hostia, joder! 

En fin. Yo también me enciendo, como Vicent. Y me ha dado por volver a escuchar esa canción que todavía hace que se me pongan los vellos de punta. Bella Ciao. Da igual la versión. La clásica. La punk. La italiana. La española. Bella Ciao. Adiós, Guapa. Adiós, democracia, adiós... Porque no veo ese tren descarrilando todavía por ninguna parte, he probado a cambiarle un poquito la letra y adaptarla a esta resistencia nuestra de ciclistas con casco ferolítico y GPS en el manillar. Encaja de mil maravillas, oye. Como para que la cante La Oreja de Morfeo desde un balcón de la Fnac.

Esta mañana me he levantado
O Bella Ciao Bella Ciao
Bella Ciao Ciao Ciao
Esta mañana me he levantado
Y he descubierto al inversor

Oh, perroflauta, quiero ir contigo
O Bella Ciao Bella Ciao
Bella Ciao Ciao Ciao
Oh, perroflauta, quiero ir contigo
Porque me siento aquí morir

Y si yo caigo en la algarada
O Bella Ciao Bella Ciao
Bella Ciao Ciao Ciao
Y si yo caigo en la algarada
El ojo izquierdo me costará

Busca mi ojo, oh, perroflauta
O Bella Ciao Bella Ciao
Bella Ciao Ciao Ciao
Busca mi ojo, oh, perroflauta
Ojo por ojo, qué indignación...


(Malos tiempos para la lírica, otra vez)