martes, 22 de enero de 2013

CONTRA EL MAL ROLLO


En la beatificación del mal rollo que se está imponiendo últimamente por estos lares hay figuras señeras como para regalarles un litro de cianuro y que lo disfruten a gusto. Pero en privado. Periodistas santos, tertulianos profetas, políticos llorones, folclóricas varones y columnistas mártires, unos y otros según el colorcito que han elegido para montar el Lego de la desgracia, rojo o azul. A Hilario Pino sólo le falta sacarse los ojos en directo en su telediario, Iñaki Gabilondo cualquier día se nos ahorca en su tira dramática de El País (eso sí, con un retardo de tres segundos en la imagen), Nacho Escolar se abrirá las venas para que veamos cómo sangra datos chungos, Cayo Lara está por subirse en la silla de Charlie Rivel y a la Pantoja habría que nacionalizarla rusa para que dejara de dar por saco. Pero donde peor se nota esta "beatificación del mal rollo" que decía antes es que Arguiñano ha perdido audiencia que es una barbaridad. En no habiendo qué echarle a la olla -te saltas el introito de ingredientes- en temas de comer la gente prefiere "Pesadilla en la Cocina", que es más realista y tiene un protagonista continuamente envenenado. Crisis. Cocina. Veneno. Mal rollo. Y unas audiencias récord en la Sexta. Si estaremos mal de la cabeza, que la cadena lo eligió para dar las campanadas. Cicuta por megafonía. Con un par. Que a la gente es lo que le gusta en estos tiempos. El morbo y la bronca como espectáculo siempre han dado mucho de sí (la vergüenza ajena y las vergüenzas ajenas, las alegres lapidaciones, las tricotosas de la guillotina), pero nunca antes se le había dado tanta cuerda al muñequito del bajón. Del tele-bajón. Su pizza familiar de rabia. Ding-Dong.  Raca raca a todas horas. Con el mando a distancia pasas del hambre del cuerno de África a la cocina de un restaurante cabrón a punto de quebrar, a ver cómo tienen la plancha esos cerdos. De acuerdo, funcionaron en otras épocas Encarna Sánchez, José María García, El Señor Galindo o Carlos Pumares -por recordar unos cuantos cenizos-, pero esto que está sucediendo últimamente es brutal. Más que un fenómeno de masas, un "fenómeno de misas": ceremonias del dolor, autos sacramentales y comerse a Cristo por los pies. Las hostias por transferencia, los suplicios por delegación y el spray de vinagre que nos están dando en todas partes. No hay más que ver la cara de vinagre feliz de Rouco Varela o de la Cospedal, por mencionar solo a dos gourmets del arsénico. El momento fakir de cualquier político con un micrófono delante. La tragantera de "buen rollo malo" de los anuncios con pianito del Santander, de Iberdrola o de la Coca Cola en galletas: con eso de impostar la solidaridad dando grima consiguen que Alberto Chicote parezca Fofó en almíbar. Por eso digo que mejor Arguiñano cien veces. Por sus chistes malos, porque tiene la cocina como una patena, porque lleva haciendo platos baratos desde que Bárcenas se desayunaba con el carro de un centollo como una caseta de perro, y porque jamás, jamás, se le ha pegado nunca, nunca, ni una pizquita, el mal rollo bíblico, y plúmbeo, de Arzak. Así que en "el rollito Arguiñano" debe de haber un antídoto viejísimo contra esto que nos pasa. Ya lo comprobé hace años en los bares. Era salir Arguiñano en la tele y toda la gente divertida hacía piña debajo del aparato. Ya fueran unos puerros, unas sardinas, unas albóndigas o ese butanero que sube a un noveno piso sin ascensor... Sencillez, unas risas y buenos alimentos. Y la prueba del nueve la tienes en que no veo yo a Rouco Varela preocupándose por el sofrito de cebolla o a La Cospedal empanando un San Jacobo. Arguiñano, entonces. Por saltarnos a Schopenhauer, a Moody's, a Merkel, a Sostres y a Chicote escupiéndole en los ojos a un pinche de cocina a media jornada y por 400 euros al mes. Que se envenenen otros.