miércoles, 8 de mayo de 2013

EL MINISTRO MISALCOHÓLICO


Un tipo que necesita un chute diario de misa católica es un cristodependiente. Un misalcohólico. Y no duraría una semana en cualquier empresa que no sea del Opus Dei. Por trastorno manifiesto, a lo gordo, y a lo menudo por abandono repetido e injustificado del lugar de trabajo. Como el que se sale a la calle a fumarse unos cigarritos del Antiguo Testamento encendidos con la zarza ardiente. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa para el pecho. Nicotina de parábolas y alquitrán de mandamientos. Y las responsabilidades haciéndose humo. O colarse en un solar cerca de la oficina para buscarse la vena cristiana y meterse una dosis de San Pablo, papelina de los Corintios, y hasta una sobre-dosis, si la Biblia es de la editorial Bárcenas. O hacerse unas rayas con tierra del Monte de Los Olivos en el servicio. Un cristodependiente, un misalcohólico, no está en condiciones de mantener su puesto de trabajo si no acude a Beatos Anónimos. Su mono de Dios a cualquier hora del día le llevará tarde o temprano a cometer errores imperdonables. ¿Por qué va él a preocuparse por el cuadrante de la semana, si lo suyo es la vida eterna? ¿Por qué va a revisar las medidas de seguridad de la central nuclear, si lo único importante es salvaguardar las fiestas? ¿Por qué no va él a comparar a las mujeres que abortan con los terroristas de ETA, si a él lo que le tiene comido el seso es el misterio de la Santísima Trinidad? Jorge Fernández Díaz, cristodependiente confeso, es el actual Ministro del Interior del gobierno de España, y ahí sigue el adicto con su jeringuilla infectada de fe amenazando a homosexuales y embarazadas por igual. El meapilas sudoroso y en chándal de chaqueta y corbata chupando micrófonos como limones. Ya pueda haber un terremoto o un atentado de alguna embarazada, que a él sus seguratas le tienen siempre preparado su coche de cunda para llevarle a la iglesia topera más cercana. A los cristodependientes no los quieren ni de voluntarios en Cáritas, que ahí sí que saben lo que es trabajar. Tampoco en las misiones de alfabetización o las de ayuda al desarrollo, donde no están para pamplinas ni para perder el tiempo. Sitios que respeto y donde conocen perfectamente la diferencia entre Cristo y esa droga cortada con ladrillo de la iglesia católica, que es a la que está enganchado en su totalidad este puto gobierno de chupacirios, santurronas de mierda y lamentables yonquis de misa diaria.