miércoles, 5 de diciembre de 2012

MI AMIGO LUIS LÁZARO


Hoy hacen exactamente mil años de la tarde en que me encontré por primera vez con Luis Lázaro en una cafetería de Madrid. Había que escribir un programa de humor. Otra vez el mejor programa de humor del mundo y con la gente más desaconsejable para criar un ficus. Había empezado el reclutamiento y ahí estábamos los tres: Luis, yo... y la adrenalina. En esas campañas no hacía falta mucho más que alguna referencia, alguna batalla, un par de nombres. Entonces supimos que los dos veníamos de Vietnam, aunque en diferentes horarios, y que no habría ningún problema en volver a dejarme la salud y la razón en el mapa perturbado de una escaleta, cada casilla una tronera, cada tronera un sketch, y cada sketch un disparate por el que te encierran en un manicomio en la vida civil. Aquellos helicópteros que nos enseñamos antes de la reunión con los mandos, arriba, y que tanto alarmaron a los camareros. Aquellos despropósitos que luego sobrevolaron montañas de programas desde esa misma tarde y casi en esa misma cafetería, por la calle Antonio López, cuando no era tan raro ver una mesa llena de libretas y papelajos y a dos tipos fumando y riendo a carcajadas. En esa carga de desquiciados íbamos con los mejores talentos de este país, semana a semana, y fue un tiempo en el que merecía la pena asomarte a los bares y escuchar las risas de la gente con nuestras chorradas, mirando hacia la tele. Esa forma de felicidad. Y esa forma de amistad. Podías saber de quién era un sketch leyendo sólo un par de líneas. Podías  saber de quién era un sketch viendo a un actor ensayándolo por los pasillos. Solían ser de Luis. Y cuando era tuyo, era porque Luis te había ayudado a corregir una caída de ritmo o a mejorar un chiste. De esa facilidad suya para la escritura aprendí lo difícil que es escribir fácil. De esa fluidez suya con el lenguaje aprendí lo complicado que es teclearle un texto a un actor "en la boca", frase tras frase, sin que se notaran tus dedazos en lo que tenía que decir. Ah, el oído musical de Luis... Lo mismo para escribir en octosílabos como para hacer que Carmen Sevilla pareciera Castelar... Juro que iba a contar dos o tres de las anécdotas más maravillosas de las que fui testigo en nuestros muchos años juntos trabajando para El Circo... Los milagros... Los desastres... Los estrenos...  Los proyectos... Los desbarajustes... Todas las variantes del trabajo, de la risa, del agobio, de las separaciones, de los reencuentros, de la amistad, del futuro... Pero se me hace un nudo en los dedos y en el corazón. Y no puedo. Ni este es el mejor sitio ni hoy es el mejor día para recordar sin lágrimas todas esas guerras y todas esas zarabandas en las que tuve el honor de escribir a su lado, folio con folio, cuando nos tiraban con todo y había que aguantar la primera línea, esa primera línea en la que el productor, el actor, el cómico, el director o el presentador de turno paraban de leer y llamaban a seguridad... O soltaban esa carcajada espontánea para la que vivíamos. Joder, Luis. Ese orgullo. Esa amistad. Ese calor. Esa alegría. Y esta desolación por la pérdida de mi amigo Luis Lázaro. Mi más sentido pésame a todos los que lo quisieron. Nunca he pintado un retrato con tanta facilidad. Nunca he pintado un retrato con tanto dolor. Descansa en paz, amigo mío.