jueves, 21 de mayo de 2020

ADIÓS A TODA UNA CULTURA DEL ALCOHOL EN LA CALLE


DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (69º DÍA DE CUARENTENA)



Ya nos entendíamos poco antes, así que ahora con las mascarillas obligatorias en todas partes la comunicación humana va a ser de antología. Ni que decir tiene que se terminaron las sonrisas y los precios abusivos de las clínicas dentales. También han acabado con el superpoder de leer los labios que tenían los sordos: ya empezaron a deprimirse con los aplausos con subtítulos, así que darles la espalda ahora con las mascarillas por delante será su hundimiento definitivo. Por supuesto que también se perderá mucho placer en las felaciones (activas o pasivas), la gente dejará de silbar abiertamente, y al que todavía le queden ganas de besar se le quedará la lengua de trapo, como a los borrachos. Y, si nadie le advierte, cualquier día de estos Teodoro García Egea querrá probar a escupir olímpicamente un hueso de aceituna con mascarilla y del tirón se arrancará la cabeza de cuajo, de atrás hacia delante, por campeón. Ahora que lo pienso, no tiene por qué advertirle nadie.

¿Cómo sabrán los taxistas que circulen por Madrid que estás gritando "Taxi" en la acera y no "Brandenburgo"? Con la mano levantada y la mascarilla puesta, habrá taxistas que se fíen de su sexto sentido y otros que no.

Por otro lado, del lado de la esperanza, afortunadamente hubo ayer una asociación de ratas pestilentes que denunció al Congreso de los Diputados por intrusismo. Algo es algo.

Los fachas son los nuevos zombies deambulando entre lamentos por sus mausoleos del Barrio de Salamanca. Alguien les abrirá las puertas del cementerio para que salgan a comer cerebros rojos. Después de tantos años en la tumba, habrá que ver cómo caminan por los barrios de la droga adulterada y los comunistas en patinete eléctrico. George A. Romero debería resucitar también y rodar con ellos una película gore de franquismo cómico.

Estemos en la Fase 0 o en la Fase 3.242 y a los 30º de temperatura que nos vamos a chupar hoy, ninguna gana de salir ahí fuera a pegar un sello de cerveza con la puta mascarilla en una puta terraza de vigilancia provisional. Con amigos y sin amigos.

Un infectado por cada cuatro trabajadores del Ramón y Cajal. Mi amigo el celador aguanta bien a día de hoy. Bueno, a día de ayer.

-Esperando la segunda ola -me dijo-. Como los surferos.

Y aquí estamos los demás, con nuestros flotadores de patito de internet, ahora sólo con cara de medio gilipollas. Gracias también a la mascarilla.