jueves, 15 de septiembre de 2011

CUADERNO DE ROMA (10)

ZAPATERO vs. CALÍGULA... Y EL CABALLO INCITATUS

Curioseando por ahí, me entero de que Calígula no se llamaba así, sino Cayo Julio César Germánico. Lo de Calígula era un mote. Le venía de cuando su papi, Germánico, lo llevaba a sus guerras en Alemania vestido de soldadín de las legiones romanas... con tres años. Trajeado como un madelman de juguete de la época, de arriba abajo, y sin faltarle un detalle de serie: su casquito, su penachito, su espadita... Los soldados se meaban con el crío y le pusieron el mote de "Botitas". "Caliga", bota romana, sandalia. "Calígula", El Botitas. Como a Zapatero le pusieron "Zapatitos". Ridícula coincidencia en la que supongo ya habrá caído alguien. O no. Ahí lo dejo.




Y más de Calígula, ahora sobre su famoso caballo. Era un caballo español, de carreras, de los 10.000 que importaban cada año los romanos, que no eran tontos. Uno precioso, con casa propia y 17 sirvientes, al que nombró Cónsul de Bitina para cachondearse de sus senadores lameculos. Por abundar en la excentricidad de El Botitas y sus detalles de pirado, la noche antes de cada carrera, se decretaba en toda Roma el voto de silencio y el toque de queda de chitón bajo pena de muerte para que el animalico durmiera como es debido. Ese español de cuatro patas sólo perdió una carrera en toda su lujosa vida de collares y pesebres de marfil. Por supuesto, Calígula ordenó que torturaran lentamente y hasta la muerte a su jockey (auriga, que le decían antes). Un caballo de nombre "Incitatus", que ahí iba yo: en español "Impetuoso". ¿Suena de algo? Sí que suena, y no de hace mucho. El mismo nombre que inspiró a nuestro Calígula gordo y mafioso ya fallecido, Jesús Gil (el del imperio marbellí), para ponerle al suyo "Imperioso". Con un par... Volviendo a los calzados. Va foto de mi zapato en una calzada romana. Concretamente la Via Apia de nuestros amores. Hic et nunc, pisando historia...



Pensar que el mismo gesto de echar el paso ahí lo tuvieron Cicerón, Lucrecio, Suetonio, Tácito, Plauto, Julio César, Augusto, Tiberio... ¡Dios! Ya, ya... Pero piensa que también han echado idéntico pasito Nerón, el propio Calígula, San Pedro Urbanizator, los Borgia, Musolini, Torrebruno...

CUADERNO DE ROMA (9)

Cogimos el Pallatino. El Puente Roto no se puede "coger". No es practicable, el pobre. Fue el primer puente de piedra de Roma, en el 193 a.d.C, y se lo llevó parcialmente una riada en el XVI. Se ve que el ayuntamiento no sabe lo que hacer con él y ahí lo tiene, de "Ponte Rotto". Le toca el mueble a Gallardón y te hace un parque temático del "cascote bonito"... con arco en medio. Qué bochorno, volviendo de Roma, cuando vimos en el Metro unos escombros sin sentido pero detrás de una supervitrina divina de la muerte. Una pastizara para enseñar el vestigio de un revoltijo mineral. Caspa de muralla o viruta de basílica o chantilly de resto de algo. Vergüenza ajena y mala hostia, reflejos en el cristal. Mi dinero sirviendo para "sobredimensionar lo que no se da", el principio motor de la postmodernidad, tan pasada y "desmoderna" hoy día... Otra gilipollez más made in Gallardón. En Roma, ese difuso hallazgo arqueológico megaimportante lo habrían usado de gravilla para espesar hormigón. Y a otra cosa.

CASTING VATICANO DE PECADORAS

En Santa María la Mayor, garabateada arriba, se da una obscenidad parecida a la que disfrutamos en San Pedro. Y también goza el garito de otra peculiaridad compartida que se me había olvidado apuntar en el cuaderno: los selectores de ambiente en las puertas del "cielo". Como porteros de discoteca, pero en litúrgico. Casting de pecadoras. Un par de tiparracos que le hacían la visual a las mujeres y escaneaban sus centímetros de piel descubierta: hombros, escote y piernas, básicamente. Selectores de ambiente, porteros de discoteca, censores, redactores jefes de una revista especializada en la antimateria del porno, salidos al revés, filtros masturbadores como mejillones de los diez mandamientos... y que nadie desee a nadie dentro, ni que se nos empalme ningún santo de lapislázuli. Si la cosa -teta, muslo, lubric shoulder- tenía remedio de opacidad y solución de tachado, le daban a la pecadora un shador cristiano de plexiglás blanco para el tapamiento y una reprimenda tácita "no vengas más así", aunque no se librara del escarnio público delante de toda la cola. ¿Que no tenían remedio las tetas planetarias o los veinte muslos de la señora fiscalizada? Pues no puedes pasar, tía guarra. Hala, a provocar a otra parte con menos pervertidos por metro cuadrado... Saltándose el hecho constatable de que en cualquier burdel de Calcuta hay menos sexo explícito que en el más santo de sus garitos. Con dos cojones y saltándose también lo de que nadie puede ser discriminado por su condición sexual. A la mierda la sociedad civil. Menudos eruditos del ludibrio, los asesores de imagen de Torquemada Fashion. Mi chica pasó las dos pruebas (cachis), San Pedro y Santa María la Mayor, y no hubo lugar a ninguna guerra santa del tipo "¿Qué haces tú midiéndole las tetas a mi novia?" o del tipo "¿Le estás llamando guarra a mi chica por toda la cara y yo me tengo que estar quieto, cucaracha de mierda?", pero me pareció curioso. Tampoco dejaban pasar a los tíos en unas bermudas demasiado fuera borda o a pecho lobo y sin camiseta, por otro lado... Aunque no sé lo que hacen con los efebos post catequistas si les da por querer entrar en misa con una toallita de sauna... ¿Ven a la sacristía a que te revise, Adán, que eres un Adán guapísimo...? Y dos cosas más: la docilidad con que las mujeres se sometían al escrutinio de trata de blancas (les faltaba mirarles la dentición) y el aspecto de damnificadas en una catástrofe que tenían en el interior de la discoteca: un poquito zombies, avergonzadas, tristes, "yo no soy ninguna puta, San Pedro... Qué bonito artesonado todo de oro, pero me acaban de llamar puta..." Por supuesto, las de la manta por encima eran el centro de atención de todos los varones. ¿Cómo podía competir en misterio y glotonería el arte de los Bernini o los Miguel Angel frente a esas suculentas piezas de carnicería con la marca del pecado en el lomo y autentificadas por el mismísimo Vaticano...? Verace putón certificado, que lo dicen los lectores de la Editorial Vaticana. Bocatti di cardinale. Con todo el morro y el tufo a manoseo de la Iglesia de toda la vida. Esa secta pública de perturbados y psicópatas que tanto se esfuerzan por hacerse querer y que les aceptemos tal y como son... de miserables. No sé con cuál de sus encantadoras iniciativas de integración quedarme, si con este casting popular que digo, o con los divertidos confesionarios/urinarios que pusieron este año en el Retiro. En las ferias te plantan el puching-ball con campana y premio: pruebe su musculatura, presuma de pegada, gilipollas... Ellos, sus cosas: cuéntenos porquerías, desnude su alma... Y lo que usted quiera... ¡Caliéntame, perr@...! Angelitos. ¿A nadie se le ocurrió entrar en uno de esos confesionarios confundiéndolo con un puching-ball...? ¡Zaca! Cura campana... Me pierdo.

CUADERNO DE ROMA (8)

En el suelo de esa iglesia hay una piedra de mármol con las huellas de dos pies descalzos, exactamente de un 43. Mármol y dos huellas profundas, como si fuera plastilina. Lo ves en la huella estrellada de un dinosaurio (circa Rioja) y vale: han pasado algunos millones de años y al limo le ha dado tiempo a cristalizar... ¿Cómo cristalizó ese barro en mármol con solo 2.000 años de antigüedad? Una cuestión de fe. A unos kilómetros del lugar, en la Basílica de San Sebastián, las mismas dos huellas catalogadas como las auténticas. Otra cuestión de fe. Aprovecho la ocasión para cagarme en los muertos del conductor del autobús 118 que nos dejó tirados a nuestros medios en la Via Apia, y saludar de paso (nunca más apropiadamente) al camionero que se bajó a mear sin esperarse la aparición mística de dos cristianos, tachán, caminando por el arcén justo donde su propio camión con la puerta abierta y él mismo con la bragueta ídem. Buon giorno per la matina. Menudo respingo de Dios. Pídale usted cuentas al hijoputa del 118. Il farabutto.

CUADERNO DE ROMA (7)

La religión cristiana es un álbum de metáforas y hasta una pizarra de entrenador de baloncesto loco, pero hay que bajar a las catacumbas romanas para apreciar la poderosa convicción de sus comienzos. Hay que bajar a ese espanto de paganos acosados para sentir esa demencial huida (topera) de la realidad. Un frío oscuro, una oscuridad fría, estrecha y multitudinaria, el laberíntico sótano de la casita de juguete del emperador romano de turno. Dos estilos. Dos marcas diferentes. Arriba Lego, abajo Dragones y Mazmorras. Cien mil tumbas en el parking de Via Apia. Una prolija biblioteca de tupperwares de piedra minuciosamente vaciados (bendito sea el turismo civilizado). Abajo, dibujitos de peces, de ovejas... Arriba, dibujitos de uvas (Baco), de lechuzas (Minerva)... Abajo, cuentos de milagros, ventriloquías de un palomo y promesas de una vida "superior" después de la muerte. Arriba, el futuro en las tripas de una paloma, leones con la sonrisa de oreja a oreja, y calamares a la romana aquí y ahora... Los concesionarios de coches de la época tenían los escaparates empañaditos de esclavos, libertos y patricios confusos... ¡Calígula acaba de nombrar cónsul a su caballo! ¡Y los cristianos beben sangre, no te jode...! ¡Lo que tú digas, pero yo no me creo que Mercurio tenga alitas en los tobillos, chaval! ¡Mira quien habla: el que se cree que a la madre de Dios se la ha tirado una paloma...! Llegan a ver al Papa Loco de Prada que tenemos hoy en día y no se lo piensan más.