miércoles, 21 de marzo de 2007

DOWN & UP

Personalmente conozco a cientos de niños y adultos con el síndrome de Down. He vivido con ellos y lo hemos pasado en grande, incluso cuando lo pasábamos chungo. No son especiales. Son especialísimos. Genéticamente son los únicos seres humanos negados para la maldad. Tanto para recibirla como para infligirla. Son totalmente angélicos y los listos no paramos de putearles porque se les nota en la cara. Siempre me ha jodido y siempre me he cagado en Dios cuando se les arrimaba algún listo para tenerles pena o sentirse amigo de los animales durante un ratito. Que se sepa: ellos tienen una polla de campeonato y ellas una líbido que ríete tú de las frígidas intelectuales. Y en lo que respecta a la inteligencia y a la integración social y laboral, iros a la mierda. Y como ellos son incapaces de hacerlo, aquí dibujo a mi amigo Miguel en el matiz de explicarle una hostia a un listo (si no le ha crecido, la polla está en proporción). Ojo: es ambidextro. Salud.

LAS EXTRAÑAS AVENTURAS DEL TURBIO NIÑO MATOMUERO (2)



TENGO UN PLAZO de cuatro melones
Para escribir una novela.

Empujar una colilla dentro de una maceta
A modo de semilla
De madre
Una propuesta Una sesión de espera
Ese tiempo de nervios sin dínamo

En la calle
Ponerle collar a una pena sencilla
Y darla de lazarillo
A un desesperado

Partir
Con los lápices

No hacer nada bien
Como el viento

Vivir equivocado
Consentir en estas tres dimensiones
Sólo para ser un error de bulto.

Sencillo, gigante, rojo como los ríos redondos
Que botan sobre la lengua de Dios
Y saltan a la noche

Al amparo de los bares con ausencia
Fumar árboles con pájaro
Beber sombrío
Ser el seto que mea el perro de madrugada
Esa manera de beber
Hacia abajo
Comer hacia dentro
Un remolino vestido de gris miseria
Y azul desastre
Amarillo with or without you
Decir Infiernos
Y que venga el camarero
Cuatro melones
Escribir una novela es.

BUHARDILLA DE LAVAPIÉS (15)


Recuerdo, de niño, un día de tormenta.
Corría por la playa para morirme cuando vi la Barra de bar.
Larga y maltrecha, había encallado.
Herida de cigarrillos, de grandes mordeduras de codo,
tenía mal sus mujeres de espaldas desnudas
y mal sus hombres fijos, pero aún respiraba,
y di el aviso.
Fueron a buscar un borracho para que confirmara su especie
mientras yo acariciaba su lomo y lloraba.


Pobrecita.
Tranquila, mi amor.
Estoy aquí, estoy aquí.
No pasa nada, respira, respira...


Murió allí, entre nosotros, los niños ceros.

SALVEMOS EL PLANETA: SUICIDÉMONOS

Para que la cría de un oso polar no dependa siempre de los seres humanos, los ecologistas alemanes han exigido que se la sacrifique. Que maten al osito Knut para que no perviertan sus instintos salvajes. Su madre lo ha rechazado y hay que criarlo a biberón en el zoo de Berlín. Matémosle para que no sufra ese espanto de estar vivo entre seres racionales. Hay que ser ecologista para "razonar" así. Y muy gilipollas. Colectivamente gilipollas, los ecologistas, aunque por separado (y cuando hablan con libertad, sin que nadie de los suyos le oiga -como en una secta-) y con alguna que otra copa, hay alguno que se salva. De acuerdo, nos vamos al carajo si no dejamos de contaminar a lo bestia. De acuerdo, las especies se extinguen (algunas; otras ni p'atrás) y los ríos se secan. Pero al que mate al oso lo capa un juez alemán al que le han hinchado las narices. Por lo pronto, el bicho ya ha pedido cereales para acompañar la leche. Y mañana pedirá la videoconsola. Pero estará vivo. Alienado como un niñato de padre moderno, pero vivo. Y lo dicho. Salvemos el planeta: suicidémonos.