lunes, 6 de diciembre de 2010

EL CHARLESTÓN COMO SÍNTOMA


Definitivamente estamos en el mismo despiste con que arrancó el siglo XX. La embriaguez de las nuevas tecnologías, el poder hipnótico del capitalismo, la estupenda lejanía de los nortes (de cualquier objetivo cabal), y la consecuente lluvia unánime de irresponsabilidad sobre los individuos, uno a uno, hasta la delegación de aspiraciones, libertad y perspectiva en monstruosidades abstractas y colectivas como los estados y las grandes corporaciones. La aviación, el cine, la lavadora, el teléfono, el tractor... Ese vértigo. La Banca March, Rockefeller, Ford... Esos dioses. La colonización de África, del sudeste asiático... Ese imperialismo. La Sociedad de Naciones, la United Fruit Company... Esa globalización. El paralelismo es lisérgico, más aún cuanto que estamos a cuatro años de la Primera Guerra Mundial. Hace unos días hablé del charlestón y no era por casualidad. Está por todas partes y no siempre en metáfora. Oid su ritmito en las alegres filtraciones de Wikileaks, en las apariciones de Obama en los programas de televisión, en las presentaciones de café cantante de los nuevos inventos, de la nueva magia (Ipod, Iphone, Facebook...); el charlestón en la conga de presidentes bananeros de Sudamérica, en los grandes Gatsbys de Europa y América, en los fumaderos de opio de las bolsas asiáticas, en la lubricidad de los jeques árabes, en la radio de las caravanas de camellos por el desierto buscando uranio, en las cuevas de Alí Babá donde se esconde el dicharachero Bin Laden. El charlestón como síntoma y mis chipirones rellenos como ida de olla de arte nada engagé y el propio ostracismo misántropo (otro día pinto unas ostras) de vivir en las Hurdes de Lavapiés, pero con internet. Volviendo a los chipis: en lata, recomiendo los Cuca; en directo, los encebollados del Gatxelu, sito por Capitán Haya, penumbra de certeras amazonas de un solo pie contra el muro, las nuevas coco chaneles negras de las cavas de Cuzco, y otra vez el charlestón.