viernes, 1 de febrero de 2013

LOS GALLOS DE MILLÁS


La contundencia de las últimas portadas de El País (por fin) hace justicia a la pelea constante que sí que han tenido sus banderines de retaguardia en la contraportada, cada uno en su estilo, cada uno con sus armas. Almudena Grandes arremangándose los lunes con su prosa de amasar pan negro; Rosa Montero recogiendo hasta el último gato para salvarlo de la especulación financiera; Maruja Torres afilando estacas antivampiro (curas y banqueros) en madera de cedro libanés; Elvira Lindo psicoanalizándose ante la crisis con su esquizofrenia de pija cheli; Manuel Rivas, de yanomami gallego, disparando dardos envenenados de retranca al corazón del imperio; Manuel Vicent oreando su depresión dominical en la Malvarrosa para enseñarnos a aliñar un banquero en su áura mística de trinque, con alcaparras... Y, cómo no, Juan José Millás. Al que más se le ha notado en cada una de sus columnas que le estaban sobrando las palabras y que de lo que tenía (y tiene) ganas es de liarse a hostias de una vez por todas. El melancólico surrealista. El canijo. Lo que no se esperaba nadie del gafotas cuando los malos intentaron adueñarse del recreo. Un espectáculo de escritor al que se lo llevan los demonios y sólo para cuando se le acaba el folio. Con una claridad expositiva como la palma de una mano abierta. La de las hostias que digo. A lo mejor no me gusta cuando se pone a novelar como si se hubiera encontrado un Macondo en su bandeja de endibias, pero estas columnas suyas de los viernes en El País sí que te hacen ver de qué va la tostada cuando la unta en manteca de mecagondiós y tú te la comes como si estuvieras en una misa negra antes de salir ahí fuera y encontrarte otra vez con las monjas, los monjos, y los del becerro de oro... La columna de hoy, por ejemplo, está escrita como el culo, pero, salvando las distancias, le pasa lo mismo que a Miguel Hernández ronco por las trincheras en la guerra civil: que se le perdonan los gallos. Que lo que importa es que esté ahí contigo, el cabrero, pudiendo haberse ido a Macondo.